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El 6 de Agosto se cumplieron 65
años del ataque nuclear de Estados Unidos a la ciudad de Hiroshima, una
monstruosidad si precedentes que, tres días después, se reiteraría al arrojar
otra bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki. En un primer recuento ambas
deflagraciones mataron a unas 220.000 personas, 140.000 en Hiroshima y 80.000
en Nagasaki.
La abrumadora mayoría de las
víctimas fueron civiles, dado que para ese entonces las dos ciudades no
albergaban significativos contingentes militares. Aproximadamente la mitad
falleció de inmediato, el mismo día de los bombardeos. En su edición de hoy al
dar cuenta del nuevo aniversario el New York Times comenta que las víctimas
instantáneas murieron a causa de la excepcional intensidad de la explosión que
redujo la ciudad a cenizas y literalmente vaporizó sus cuerpos, dejando apenas
espectrales huellas y sombras en las pocas paredes que quedaron en pie. El
resto fue falleciendo a lo largo del tiempo a causa de horribles quemaduras y
los efectos de la radiación, que los condenó a una lenta y dolorosa agonía.
El recuento actual de las
víctimas que murieron a causa de los dos bombardeos llegaba, en el año 2008, a
poco más de 400.000 personas y es muy probable que la cifra aumente levemente
en los próximos años. Hasta el día de hoy, los de Hiroshima y Nagasaki son los
únicos ataques nucleares de la historia, pero la desorbitada proliferación de
armamentos nucleares hace temer por una reiteración de tan trágica experiencia.
De hecho, la flota naval estadounidense-israelí que se encuentra al acecho en
el estrecho de Ormuz, dispuesta a atacar a Irán, dispone de un formidable
arsenal atómico.
El Comandante Fidel Castro alertó
sobre el riesgo de un holocausto nuclear y le advirtió al Presidente Barack
Obama de que una vez que de la orden de atacar se pasaría el punto de no
retorno y se desencadenaría un conflicto internacional de incalculables y
lúgubres proyecciones. Por otra parte, existen fundadas sospechas de que las
siete bases militares que Álvaro Uribe puso a disposición de Estados Unidos
puedan también contar con armamento nuclear. Por algo hay una enconada resistencia
a que una delegación de la Unasur pueda inspeccionar dichas bases.
No es exagerado afirmar que la
historia del terrorismo de Estado comienza con la agresión nuclear
estadounidense al Japón. Si de armas de destrucción masiva se trata Estados Unidos
se lleva las palmas sin competidor a la vista, y su bombardeo a dos poblaciones
indefensas constituye, sin dudas, en el más grave y salvaje atentado terrorista
de la historia de la humanidad.
Lo anterior no obsta, sin
embargo, para que sus sucesivos gobiernos se sientan con la autoridad moral
como para acusar y condenar a muchos países –entre nosotros, Cuba y Venezuela-
por “fomentar el terrorismo”; tampoco les plantea ningún dilema ético el hecho
de dar abrigo dentro de sus fronteras a Luis Posada Carriles, terrorista
probado y confeso y a muchos de sus compinches, mientras encierran en prisiones
de máxima seguridad a los cinco héroes cubanos que luchaban contra el
terrorismo y procuraban desbaratar sus siniestras maquinaciones.
La conmemoración realizada el día
de hoy en Hiroshima contó con un ingrediente especial: ¡es la primera vez que
un embajador de Estados Unidos participa en un evento de este tipo! ¡El
criminal no da muestras de arrepentimiento y sí de soberbia y desprecio! Los
representantes diplomáticos, funcionarios y autoridades estadounidenses
tradicionalmente evitaron participar de la misma por temor a que su presencia
pudiera re-encender el debate sobre el pedido de disculpas que Washington
debería hacer por su monstruoso crimen, cosa que Estados Unidos jamás hizo.
Tampoco lo hizo con Vietnam, país
cuyo territorio fue arrasado tras once años de bombardeos que costaron unos
3.000.000 de víctimas, en su inmensa mayoría civiles. Y tampoco lo hizo por
minar los puertos de la Nicaragua sandinista en la década de los ochenta, o por
el medio siglo de agresiones y sabotajes, con sus secuelas de muertos y
heridos, descargado sobre Cuba. El imperialismo es así, y es inútil esperar que
cambie.
Para justificar su brutal
agresión Washington dice que el bombardeo atómico ahorró miles de vidas de
soldados estadounidenses y japoneses que habrían muerto durante la inevitable
invasión a Japón. Sin embargo, son muchos los que, mismo en Estados Unidos,
argumentan que el haber arrojado la bomba atómica en alguna isla desierta del
Pacífico habría surtido el mismo efecto disuasorio sobre el alto mando japonés
y que, por lo tanto, decidir arrojarlas sobre Hiroshima y Nagasaki fue un acto
de inhumana y gratuita crueldad.
Durante la ceremonia del día de
hoy algunos manifestantes reclamaron que Estados Unidos pidiese perdón al Japón
y retirara sus bases militares en Japón, reclamo al cual Washington presta
oídos sordos. Conviene recordar una sentencia de Albert Einstein en relación
con los peligros de una nueva conflagración nuclear: "Si la tercera Guerra
Mundial se hace a golpes de bombas atómicas, los ejércitos de la Cuarta Guerra
Mundial combatirán con mazos".
*Politólogo y Sociólogo argentino
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