martes, 2 de noviembre de 2010

Néstor: el amor y la magia

Juan Manuel Abal Medina - http://www.diarioregistrado.com/index.php?secc=nota&nid=44379

Me impactó que tantos se preguntaran entre lágrimas: ‘¿por qué se murió él y no yo?’ Néstor, más allá de esa imagen de fuerza y dureza que quería trasmitir, era una de las personas más sensibles que conocí.

 En esa larguísima madrugada del viernes pasado, entre las demostraciones de las decenas de miles de argentinos que pasaron frente al cuerpo de Néstor para rendirle un último homenaje, me impactó que tantos se preguntaran entre lágrimas  “¿Por qué se murió él y no yo?”.

Desde los jóvenes que gritaban desenfadados “¿por qué mierda no me morí yo?”, hasta personas mayores, que con más respeto y formalismo, casi susurraban: “Dios, ¿por qué no me llevaste a mí?”, lo cierto es que muchos argentinos estaban dispuestos incluso a dar su vida a cambio de la de Néstor. Es probable que casi ninguno de ellos lo conociera personalmente. Como mucho, mediante un abrazo, un beso, una foto, un saludo en un acto.

¿Qué factor tan poderoso puede generar tanto dolor, tanto agradecimiento, tanta entrega? Sólo un inmenso amor es capaz de lograrlo. Un amor que muchos sólo conocían en la esfera de lo íntimo, de los afectos más cercanos, de la propia familia, pero que esta inmensa figura, este personaje quijotesco, querible y apasionado, llevó a millones de argentinos.

Tuve la suerte de compartir con Néstor Kirchner los últimos meses de su vida. Luego de militar apasionadamente detrás de su liderazgo durante muchos años, pude estar a su lado en sus últimas epopeyas y conocer así íntimamente a alguien maravilloso, que con una voluntad insuperable era capaz de transformar la realidad más compleja con la misma sencillez que el resto de los mortales damos vuelta la página de un libro.

Supe desde el principio que él no conocía el término “imposible”, que no había nada lo suficientemente difícil o desafiante para que Néstor no creyese que la voluntad bastaba para alcanzarlo. Estando a su lado, si él te decía que había que derogar la ley de gravedad, uno no dudaba de que en poco tiempo las cosas caerían para arriba. La impunidad de los represores, la Corte Suprema menemista, el ALCA, la desocupación, el FMI, la crisis entre Venezuela y Colombia, la decadencia económica argentina y tantas otras cosas se derrumbaron como castillos de naipes frente a su magia transformadora.

Pero esa voluntad, esa magia, no iban en cualquier dirección sino que siempre apuntaban a lo justo, a lo correcto, a lo que había que hacer, para el lado de los más necesitados. Esa voluntad inmensa no era una voluntad de poder, era una voluntad de amor. Mal le iba a cualquiera que quisiera convencerlo de que había que hacer esto o aquello “porque nos conviene”; ese vocabulario típico de la política tradicional no tenía lugar en su repertorio.

Porque Néstor, más allá de esa imagen de fuerza y dureza que quería trasmitir, era una de las personas más sensibles que conocí, con un amor inmenso para todo lo que considerara justo y bueno. Era notable escucharlo interesándose por la historia más completa de cada uno de los que habían sufrido el terrorismo de Estado, recordando nombres y episodios detalladamente. Era conmovedor verlo indignándose y rebelándose con cada relato de injustica social que llegaba a sus oídos.

Y ese inmenso amor lo volvía alguien vulnerable. Alguien a quien las bajezas, las traiciones, las miserias le dolían mucho más que al resto de nosotros. No tenía esa posibilidad cínica de poner cara de nada e hipócritamente olvidarlos por pura conveniencia. Por eso le dolieron tanto las traiciones de aquellos a los que él creía haberles dado todo y que por simple conveniencia y mezquindad se alejaron. Y muchísimo más le dolían las traiciones que podían haber dañado a lo que él más quería y amaba con locura, su mujer, su compañera, su vida, Cristina.  

Siempre sentí que Néstor pensaba que Cristina era un lujo para la política argentina, que su coraje, su inteligencia y su coherencia estaban muy por arriba de la chatura habitual de la clase política. Por eso, jamás pudo perdonar a los que la acompañaban y no dudaron segundos en traicionarla cuando las encuestas parecían mostrar que eso era lo que les convenía. Por eso mismo, la admiraba tanto cuando la escuchaba en sus discursos defender y pelear por nuestras políticas con una altura y una clase que lo maravillaban. 

Fue esa inmensa voluntad de amor la que hizo llorar a un pueblo castigado y humillado durante décadas, la que motivó ese agradecimiento simple y sincero de aquellos que esa noche le retribuían haberle devuelto la dignidad a los pobres, la que devolvió a los jóvenes la certeza de que se puede militar por ideales y convicciones. Fue ese inmenso amor el que nos hizo llorar a todos, a los artistas, a los intelectuales, a las Madres y las Abuelas, a los presidentes de Latinoamérica, a los trabajadores, a los pobres, a los jubilados y a los jóvenes. Un amor inmenso que unió al ganador de un Oscar con el mozo de la Casa Rosada, y que generó en muchos de nosotros la dolorosa pregunta que abre esta columna.

Un personaje maravilloso que tuve la enorme fortuna de conocer, repleto de amor y de magia, brillante, divertido, transgresor, travieso y tierno. ¿Quizás haya sido Néstor alguien demasiado intenso para este mundo tan gris en el que finalmente la gran mayoría de los argentinos sólo pudimos disfrutarlo siete años, igual que a Evita? 

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