domingo, 27 de febrero de 2011

La batalla final de Trípoli

Por  Roberto Montoya, desde Madrid  - http://sur.elargentino.com/notas/la-batalla-final-de-tripoli

Puede ser cuestión de horas o de días, difícilmente de semanas, pero en cualquier caso la suerte de Muammar el Khadafi ya está echada. Aunque todavía pueda cobrarse muchas víctimas, sus cuatro décadas al frente de un régimen despótico están llegando a su fin. La ceguera del más antiguo autócrata de África le hizo creer que su poder era inamovible, que contaba con el apoyo entusiasta de su pueblo y que en ningún caso iba a correr la misma suerte que sus homólogos de Túnez y Egipto, Ben Ali y Hosni Mubarak. Estaba convencido de que su hijo Saif al-Islam (Espada del Islam) le sucedería en el poder y que a éste le sucederían a su vez sus hijos.
El coronel libio reapareció el viernes ante sus fieles congregados en la plaza Verde de Trípoli. En una patética intervención de pocos minutos, antes de desaparecer con rumbo desconocido, Khadafi pidió a sus seguidores que aplastaran con las armas a los rebeldes “drogadictos” y “terroristas”, que ya tienen bajo su control amplias zonas del país.
Todavía confía en que repartiendo millones de dólares en efectivo en las calles conseguirá mantener el apoyo de una parte de la población y que los bombardeos de sus fuerzas leales y las matanzas protagonizadas por mercenarios reclutados en Sudán, Ghana, Chad y Níger, lograrán aplastar las revueltas.
Pero la gran batalla por el control de Trípoli, la capital, está a punto de librarse. Este fin de semana empezaron las primeras escaramuzas. Columnas de fuerzas rebeldes, compuestas por ciudadanos armados y sectores del Ejército que se han sumado a estos, avanzaban ayer sobre Trípoli.
La segunda ciudad en importancia, Bengasi, al igual que Tobruk y otras poblaciones costeras del este de Libia cercanas a la frontera con Egipto, están ya en manos de comités populares, constituidos fundamentalmente por jóvenes, pero también por abogados y jueces, que se ocupan de la seguridad y la organización de la vida ciudadana. Ellos aseguran el abastecimiento de víveres a la población, el funcionamiento de los centros sanitarios, la actividad de los bancos y de las instituciones públicas, demostrando un grado de conciencia y organización superior al que se viene experimentando en Túnez o Egipto.
Los sublevados controlan las zonas petrolíferas más importantes, y su influencia alcanza ya a zonas importantes del oeste del país, acorralando a Khadafi y sus tropas de élite en Trípoli y poblaciones cercanas, en el extremo noroeste del país, fronterizo a Túnez.
Muchos temen que en su desesperación, el dictador decida utilizar las diez toneladas del letal gas mostaza que aún tiene en su poder. Ese gas mostaza, como buena parte del armamento con el que cuenta Libia, fue vendido por países occidentales, que parecen descubrir recién ahora que en Libia, como en buena parte del mundo árabe, había dictaduras.
La atractiva estabilidad política, económica, social y laboral que garantizaban a Occidente para hacer negocios regímenes como el libio, el egipcio y el tunecino, como garantizan tantos otros de esa amplia zona que va desde el norte de África hasta el Golfo Pérsico, esa “paz de los cementerios”, está tocando a su fin. Todo está en cuestionamiento. El contagio de las revueltas amenaza con propagarse incluso a otras zonas del mundo, fuera del mundo árabe y musulmán incluso. Y eso preocupa. Eso preocupa no sólo a los numerosos regímenes despóticos que hay en el mundo, sino incluso a los que no lo son, a muchos de los países democráticos, a los países desarrollados del “primer mundo”, a Estados Unidos, a los países de la Unión Europea. Los mismos gobiernos que tan a menudo imponen embargos, y se muestran tan celosos de que países como Cuba y Venezuela respeten los derechos humanos, y que otros países de América latina respeten el “orden establecido”, aplican un doble rasero cuando se trata de dictaduras respetuosas de ese orden, como las del mundo árabe y musulmán.
Dentro de ese cínico comportamiento generalizado, la Administración Obama se distingue por su reflejo, su oportunista adaptación a los acontecimientos. Washington ha comprendido que debe reacomodarse para no quedar al margen de los cambios que tienen lugar en esa zona tan importante del mundo. Por ello ha puesto a su diplomacia a trabajar en una carrera contrarreloj para intentar convencer a los regímenes vulnerables, de hacer a tiempo concesiones a sus pueblos para no correr la suerte de Ali, Mubarak o Khadafi.
Esa es una región riquísima en petróleo, es una zona con un aliado clave, Israel, que tras la caída de Mubarak, quedará más aislado, y es una zona con enemigos declarados: Irán, Hamás en Gaza, Hizbolá en Líbano y el radicalismo islámico en buena parte de la región. Es una zona en la que se juega demasiado para la geoestrategia mundial.
Mientras Obama mueve ficha, Europa sigue desubicada, sin saber cómo actuar, en una vergonzosa postura, más preocupada por cómo afecten las revueltas en el precio del petróleo o en la llegada de refugiados a sus costas, que en la suerte de esos millones de personas que están arriesgando sus vidas para intentar conseguir libertad y democracia real.

• Fidel y Chávez con Khadafi 
De forma sorpresiva, los gobiernos latinoamericanos encuadrados dentro del bloque Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba) manifestaron su apoyo esta semana por el régimen libio.
El ex jefe de Estado cubano Fidel Castro utilizó sus clásicas reflexiones políticas para advertir que la “Otan pretende intervenir Libia” y el primer mandatario venezolano calificó a Khadafi como un “amigo incondicional”.
Las razones de este encuadre diplomático –muy diferente al resto de los gobiernos sudamericanos– tienen, por supuesto, explicaciones geopolíticas y otras que vienen del fondo de la historia.
Cuba parece premiar al joven Khadafi, aquel que se posicionó fuerte dentro del Movimiento de Países No Alineados, y Hugo Chávez intenta darle cobertura a un socio clave de Venezuela dentro de la Opep.
Igualmente, muchas veces, la retórica anti-imperialista de un modelo –como la de Khadafi– no tiene consonancia con su política doméstica. Por eso, al calor del bombardeo de poblaciones civiles en Libia, es llamativa la posición del Alba.

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