martes, 21 de junio de 2011

Historia universal de la infamia

Los crímenes contra la humanidad que cometió el Estado argentino, hace unas pocas décadas cuando se apellidó genocida, tuvo aliados e instigadores foráneos. No fue el fantasma que una vez, dicen, recorrió Europa, fue la gran potencia capitalista que quiso imponer un nuevo modelo a como diera lugar.
“Todo tiene que ver con todo en el devenir de la humanidad”. Así comenzamos nuestra exposición ante el Tribunal Oral que lleva a cabo los juicios contra genocidas en los Juzgados Federales de la provincia de Mendoza, en el oeste argentino. Utilizamos esa expresión para afirmar que el genocidio argentino estuvo íntimamente vinculado a los designios del poder real de las corporaciones monopólicas e imperialistas de Estados Unidos. O aquello que nuestro amigo Carlos Marx reflexionaba en sus cavilaciones cotidianas sobre la dolorida humanidad: la dialéctica de la historia.
Por ejemplo, el nacimiento de Estados Unidos como nación renegó de su matriz inglesa. Nacimiento con olor a puritanismo cuáquero sin incienso y con el "destino manifiesto" de ser el centro del universo y su custodio. Allí donde afloraban los frutos más apetecibles de la naturaleza, expandía su "destino", no sin antes expandir sus fronteras con las anexiones a cañonazos de los territorios mexicanos de Texas, California, San Francisco. 
Los pocos dólares que puso fueron en la adquisición de la helada Alaska, en las cercanías del polo norte. Primero fue el arcabuz y después el rémington las herramientas con que emprendía, sin pausas, las aventuras depredadoras hacia los cuatro costados de su envergadura geográfica. 
Los primeros hitos los marcó en la misma América: en el norte, en el centro y algo en el sur. Las invasiones se sucedieron desde siempre: en 1846 México; cinco veces invadió Nicaragua, en 1853, 1854, 1894, 1926 y 1980; China en 1859; en 1860 Angola; en 1865 Panamá; en 1893 Hawai -que después fue anexado-; en 1898 Puerto Rico, Filipinas y Guam; 1900 otra vez China; en 1915 Haití y en 1918 República Dominicana; y decenas de incursiones invasoras más. 
Hacia el este y el oeste la contención de los mares no le impidió avizorar para un futuro no tan lejano la expansión territorial, o al menos lo apetecible de la naturaleza en el más allá del horizonte marítimo, y que recién se daría posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Desde cuatrocientos años antes, la conquista española dejó su impronta de la cruz y la espada, con incipientes y débiles presencias francesas y portuguesas; pero finalmente la "América para los americanos" de la doctrina Monroe arrasó con los colonizadores europeos y la doctrina se fue afianzando al Sur del Río Grande. 
En uno de sus poemas lo historió aquel poeta nicaragüense, Rubén Darío: “Pobre México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios”; axioma que sería abarcatorio al resto de la América del Sur, en que la distancia no fue óbice para sus objetivos depredatorios en esta parte del mundo. 
El poder económico-financiero, adquirido en aventuras piratas pero por tierra, le permitió adquirir las conciencias cipayas de las clases dirigentes sureñas. Fue el portador de una segunda invasión y los espejitos de colores se revirtieron en la efigie de Washington en billetes verdes. 
El empeño es más agudo en cuanto sus aventuras allende los mares se trocaron en vergonzosas derrotas en el Asia de la China Popular y Vietnam. La mirada se agudizó hacia el sur de la América dolida y se incrustó en las frágiles ideologías de las oligarquías y burguesías nativas. Campo orégano para el festín del depredador imperialista norteño.
Esta historia lineal de ese "destino manifiesto" se desliza con altibajos después de "las relaciones carnales" que signaron el final del siglo pasado en estas tierras, dejando sus rastros en el cuerpo social de nuestros pueblos. 
Pero, como cuando nos sacudimos el polvo acumulado durante un largo caminar por el desierto, ese polvo, convertido en lodo nauseabundo, se ventila, en parte en los tribunales federales de aquí, en Mendoza, y deja al descubierto las miasmas del imperio. 
Porque en la Argentina, en Latinoamérica, en parte del mundo, lo que se está juzgando en los pequeños humanos –pequeños de alma y de espíritu– convertidos en dóciles y vergonzantes cipayos, es la cloaca ideológica que es el imperio “yanqui”. Y que ya es parte de un enorme capítulo de lo que la imaginación borgeana pusiera como título en uno de sus textos: Historia universal de la infamia.
* El autor es periodista y referente de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre

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