jueves, 17 de noviembre de 2011

La noche con Perón: imágenes de un momento único en la vida

Por Marcelo J. Duhalde Periodista. Dirigente del FPV. - http://tiempo.elargentino.com/notas/noche-con-peron-imagenes-de-momento-unico-vida 

Nos parecía mentira a todos y no podíamos creer que eso que estábamos viviendo pudiera ser cierto. Ya hacía tres días que había salido “el charter” con la comitiva seleccionada para acompañar al General en su primer retorno a la patria.

La Federal había retenido el pasaporte de Rodolfo Ortega Peña, hasta después de la salida del avión, con la intención de que no pudiera integrar la delegación, y se lo entregó en el momento en que el avión carreteaba por la pista. Gracias a la colaboración de varios compañeros, el “pelado Ortega” tomó otro vuelo y llegó casi al mismo tiempo a Roma, donde ya estaba Perón. Mi hermano, Eduardo Luis, había tenido mejor suerte porque contaba con pasaporte con anterioridad y había partido con la comitiva.

La euforia de todos los compañeros era palpable en la calle, en todos los barrios, en las universidades, los sindicatos. Todos estábamos preparando el gran día del encuentro con “el General”, “el Jefe”, el “Pocho”, “el hombre”, “el que está en Madrid” o como se le hubiera llamado durante los 17 años y 48 días que duró su ausencia física en el país.

Todos los intentos por borrarlo de la memoria del pueblo fueron en vano. El haber impedido que volviera en diciembre de 1964 no apagó el fervor popular. Por el contrario, a pesar de todo lo que habían hecho los gorilas, con o sin uniforme, lo que consiguieron fue agigantar la figura del líder de trabajadores. El último intento del represor de turno, Alejandro Agustín Lanusse, fue crear una cláusula que establecía que no podría ser candidato a presidente quien no residiera en el país antes del 25 de agosto de ese año 1972. El pueblo en la calle le contestó que Perón iba a volver cuando se le cantara las pelotas. Ortega Peña, en el histórico acto de la Juventud Peronista en la cancha de Nueva Chicago en septiembre, había llamado a Lanusse “compadrito de Barrio Norte” y sostuvo que sus palabras se las llevaba el viento, mientras rompía en pedazos el diario La Nación y el viento hacía volar las palabras del dictador.

Después de tantos años de lucha, de la larga y dura Resistencia Peronista, con tantos compañeros y compañeras caídos, tantas víctimas, tantas tomas de fábricas, y tantos caños, llegaba el momento soñado por más de dos generaciones.

Los preparativos fueron por ambos bandos. La CGT decidió un paro nacional para el 17 y lo proclamó “Día de Júbilo Nacional”. Pocas horas después, el gobierno decretó ese día feriado nacional y estableció una serie de medidas entre las que estaban la prohibición de realizar actos públicos, manifestaciones, movilizaciones, amparado en el Estado de Sitio y el despliegue de 30.000 efectivos militares en Ezeiza y alrededores, además, como medida de presión designó a la Policía Federal “custodia especial” de Juan Domingo Perón.

El jueves 16 de noviembre de 1972 a las 20:21 hora argentina, 0:21 hora italiana, partió del Aeropuerto Fiumicino de Roma, el avión Giuseppe Verdi de la compañía Alitalia con Perón y los miembros de la comitiva que lo acompañaba.

Como es fácil imaginar, la mayoría no dormimos esa noche, muchos iniciaron muy pronto la caminata a Ezeiza, otros intentaban organizar una logística de comunicación para estar informados de los hechos que pudiera producir la represión.

Llovió durante todo el día, como a propósito, para que todo fuera más difícil. Diego Muñiz Barreto, mi hermano Carlos, dos compañeros más y yo, estábamos saliendo de la oficina de Juan Manuel Abal Medina, secretario general del Movimiento Peronista, donde habíamos pasado la noche. Camino a Ezeiza, pasando por las unidades básicas donde se iban juntando compañeros. Era un momento de incertidumbre y mucho temor. Hacía sólo tres meses que la dictadura, por decisión de Lanusse, había hecho posible la Masacre de Trelew, mostrando lo que eran capaces de hacer para mantenerse en el poder y estaban dispuestos a todo para que Perón no volviera.

La idea de una delegación que lo fuera a buscar a Italia fue, precisamente, para que la presencia de una gran cantidad de personalidades desalentara una posibilidad que se había evaluado de que pretendieran derribar el avión que lo transportaría.

Las horas pasaban y llegaban pocas noticias. Alguien nos comenta que los Guardia Marina partidarios de Perón que se habían levantado en la ESMA, encabezados por Julio Urien, habían sido reprimidos por efectivos del Ejército fuertemente armados y tuvieron que rendirse a las cuatro de la mañana.
Una radio decía que la Torre de Control del Aeropuerto de Río informaba que el avión había pasado a las 8:30 por ahí. Eran más de las 10:30, con lo cual Perón sobrevolaba suelo argentino.

Al fin, a las 11:20 el avión tocó tierra. La emoción fue incontenible. A pesar de las prohibiciones, los pocos que habíamos accedido al Aeropuerto cantamos la marcha acompañados por algunos de los soldados que nos controlaban con sus armas. El General saludó de lejos y acompañado por Isabel, López Rega, Héctor Cámpora y Juan Manuel Abal Medina se dirigió rápido al Hotel Internacional de Ezeiza.

Cámpora, como delegado personal, avisó que Perón no hablaría con la prensa porque no lo dejaban hacerlo antes con su pueblo, en una clara postura de fuerza, enfrentando la debilidad de la dictadura de Lanusse que no podía contener las expresiones de la ciudadanía en la calle.

Cerca de la 13:30, nos hicieron pasar en grupos de a diez aproximadamente a un salón, donde pudimos saludar y hablar unos minutos con el General. Estaba muy sereno y con la convicción de que con el pueblo en la calle, y su firmeza lograría torcerle el brazo a la dictadura.

Luego de descansar en una habitación del hotel, convocó a los dirigentes del Frecilina, el frente electoral de entonces. Terminada la reunión, Cámpora hizo comparecer al representante de Lanusse, el brigadier Martínez, y le comunicó que se exigía libertad de movimientos del General para que pudiera irse a su domicilio; de lo contrario se consideraría detenido.

Perón decide nuevamente forzar la mano y da instrucciones para que carguen su equipaje en un auto. Su “custodia personal” de la Policía Federal carga sus armas largas en otros vehículos. Al terminar, aparecen efectivos de la Aeronáutica que por la fuerza se llevan todos los autos. Es entonces cuando una importante cantidad de soldados baja de varios camiones y montan, frente a la puerta del hotel, dos ametralladoras de pie antiaéreas. Era tanta la tensión que pensamos que iban a disparar en cualquier momento.

Quienes estábamos allí, quedamos encerrados en el hotel. No éramos más de 30, entre los que habían venido en el avión y los que tuvimos la posibilidad de llegar a esperarlo.

Lo primero que hizo la “custodia especial” fue decir que ellos estaban sin instrucciones y que, al no contar con más armas que sus pistolas, nada podían hacer. El comisario Rodríguez, jefe del grupo, se encerró en una habitación y no salió hasta la mañana siguiente. Su segundo dio buena cuenta de una botella de whisky y se desentendió del problema. El siguiente responsable nos planteó que se ponía a las ordenes nuestras ante la orfandad que vivía. Los mismos que nos habían reprimido hasta minutos antes, aguardaban ahora nuestras instrucciones.

Más o menos 17 nos distribuimos en las puertas y ventanas para evitar cualquier sorpresa. Casi a media noche se presentan Ezequiel Martínez y Eduardo Sajón, quienes son rechazados por López Rega diciendo que el General no los iba a recibir. Salen abucheados por los pocos que estábamos ahí.

Cerca de las cuatro de la mañana, Horacio Pietragalla, quien está desaparecido y cuyo hijo ahora es diputado nacional, electo el 23 de octubre pasado, avisa que una puerta no tiene a nadie que la cuide.

Mi hermano Eduardo Luis recuerda que en el segundo piso uno de los nuestros fue un rato a descansar y que había pedido que lo llamáramos. Héctor Recalde va en su búsqueda, entra directamente al baño, y dice a viva voz: “Vamos compañero que el General necesita que lo cuiden y hay una puerta sin custodia.” Grande fue su asombro cuando vio acercarse, a medio vestir, refregándose los ojos, al ex presidente Arturo Frondizi diciendo: “Yo ya bajo, pero las armas no las pude entrar, me quedaron en el baúl del auto.”

Como a las 5:30 Perón hace llamar a la prensa y anuncia que en pocos minutos saldrá rumbo a Gaspar Campos.

La presión a través de los medios y el pueblo peronista en la calle, permitió que a las 6:03 del día 18 de noviembre de 1972, Perón iniciara su primer recorrido por suelo argentino después del exilio. La caravana, con la “custodia especial” nuevamente en funciones represivas, tomó por la Autopista Richieri-General Paz-Libertador hasta llegar a la casa de Gaspar Campos en Olivos. Durante todo el recorrido, millares de hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, niños, lo ven pasar sin poder creer lo que están viendo, con lágrimas, emoción, alegría y muchísima esperanza.

El sueño se había cumplido, gracias a la lucha inclaudicable del pueblo: Perón estaba de vuelta.

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