lunes, 9 de julio de 2012

09/07/1947 - PERÓN PROCLAMA LA INDEPENDENCIA ECONÓMICA

LA INDEPENDENCIA FUE Y SERÁ LATINOAMERICANA - JULIO SEMMOLON
Los gobiernos de Perón y de Kirchner tienen un punto en común respecto del significado que le adjudican al concepto de Independencia. Para ambos presidentes la fecha patria tuvo sentido en la medida que el país intentó zafar de las ataduras económica y financiera.
El 9 de Julio de 1947 Juan Domingo Perón -trece meses después de asumir como presidente de la Nación- resolvió que la celebración de la fecha patria tuviera lugar -por primera vez para un gobierno constitucional- en el preciso sitio en que sesionara aquel congreso emancipador que le confirió ese valor histórico. Pero no se trató de un acto protocolar que sólo rompía la tradición impuesta por el centralismo porteño a las autoridades, de no moverse de la Capital Federal. Perón se constituyó en la Casa de Tucumán para proclamar la independencia económica argentina, aduciendo que se había cancelado en su totalidad la deuda externa, de manera que, también por primera vez, se habían roto las cadenas de la dominación a las que venía atado el país desde más de un siglo antes. Fue para él como celebrar el Día de una Independencia efectiva, ya no meramente retórica tal cual se acostumbraba en los actos circunstanciales de evocación.
Desde luego, una mirada ideológica antagónica de entonces podía inferir que lo de Tucumán se trató de otra ostentación demagógica del régimen. Pero la gestión completa del primer gobierno peronista demostró que produciría en pocos años la mayor transformación social de la historia, entre otras razones por adoptar criterios reñidos con las pautas inculcadas desde afuera por naciones muy influyentes.
Como ningún jefe de Estado anterior, Perón le dio una importancia política estratégica a la tarea de contrarrestar el alto grado de dependencia de todo tipo que padecía el país, tanto en lo cultural como en lo económico. Por eso las relaciones fueron tan ríspidas con Gran Bretaña y de neta confrontación con Estados Unidos. Al provocar primero el recelo y luego la aversión de ambas potencias, Perón buscó afanosamente el atajo de una equidistancia política respecto del mundo bipolar instaurado en la posguerra, que le permitió un margen de maniobra mucho más autónomo que el registrado en todos los tiempos precedentes. Y por atreverse a tanto, su modelo de la tercera posición debió pagar con el bombardeo y el asesinato de civiles inermes en la Plaza de Mayo, el derrocamiento provocado por la reacción oligárquica, antipopular y cipaya.
La carga simbólica inmanente de la liturgia peronista de aquella época quedó patentizada en ese acto consumado en el mismo lugar donde en 1816 las Provincias Unidas del Río de la Plata proclamaran su independencia. Perón sabía que ésta no fue enteramente posible antes ni lo sería jamás, a menos que la Argentina también se librara del yugo económico impuesto por las dos potencias ya citadas, a través de lo que se conoce como neocolonialismo. Por eso fue el primer presidente que pudo realizar tamaña declaración, en ese día y en ese lugar, sobre la base de medidas concretas tomadas con suma determinación.
En rigor de verdad, la Casa de Tucumán -así llamada por todos los argentinos menos por los tucumanos, que la llaman la Casa Histórica- prácticamente había sido abandonada a su triste suerte de paulatino deterioro, luego de efectuado aquel tardío y demasiado deliberativo grito libertario, si se tiene presente que la impronta nacional en la naciente historia había comenzado el 25 de Mayo de 1810, nada menos que seis años antes. Debemos ser uno de los poquísimos, si no el único país que celebra dos fechas patrias vinculadas al mismo propósito.
Lo cierto es que cuando doña Francisca Bazán de Laguna, la propietaria, recupera su vivienda tras el ofrecimiento realizado para que ahí sesione el Congreso de Tucumán -cosa que ocurrió durante pocos meses, puesto que el Congreso luego se trasladó a Buenos Aires-, la casa por diferentes motivos entró en un acelerado proceso de menoscabo. Recién en 1874 fue adquirida por la Nación, aunque durante algunos años se la destinó para que sirviese de oficina de correos, y más adelante cayó en la total desatención. A tal punto que hacia 1903, debido a su pésimo estado de conservación se decidió demolerla casi por completo, sólo preservándose lo que hoy se conoce como el Salón de la Jura de la Independencia, que la posteridad pudo verificar a través de alguna pintura de época.
Continuaron pasando los años de desapego y desmemoria hacia la residencia que cobijó a 33 diputados de once provincias argentinas y tres del Alto Perú, hasta que un gobierno de la estigmatizada Década Infame, en 1942, por fin resolviera restaurarla procurando devolverle el aspecto original. La “puesta en valor” como hoy se dice fue inaugurada el 24 de setiembre de 1943, por el gobierno de facto surgido del golpe militar del 4 de junio de ese año, que tenía precisamente en el coronel Perón a su más trascendente referente ideológico.
Lamentablemente después del cruento golpe militar de 1955, muy poco se hizo para identificar el sentido de la celebración patria de la Independencia con la acción soberana por evitar todo lo posible incurrir en vínculos o negociaciones con países u organismos multilaterales que desemboquen en la dependencia económica y financiera de nuestro país. Hubo apenas un pálido intento durante el gobierno del debilitado presidente Arturo Illia (de hecho, al momento de ser derrocado en 1966, la deuda externa era inferior a la recibida en 1963), y en cuanto al período Cámpora-Perón de 1973-1974, fue demasiado breve para afianzar una política definida en esa dirección, aunque hubo gestos audaces que dieron cuenta de la misma intencionalidad.
Recién casi medio siglo después de aquella matanza fratricida, propiciada por sectores diversos varias veces derrotados por el peronismo con amplitud en comicios libres y transparentes, surgió otro gobierno de cuño peronista que, en principio, tuvo un escaso apoyo electoral, pero que de inmediato adoptó medidas contundentes que le devolvieron la autoestima a una sociedad desalentada respecto de su incierto futuro. El 25 de Mayo de 2003 –es decir, coincidente con la otra fecha patria que recuerda el mismo propósito libertario-, desde la propia asunción como presidente y ante la Asamblea Legislativa, Néstor Kirchner identificó el significado de la Independencia con impulsar cuanto antes un eficaz programa de desendeudamiento, que le permitiera gobernar con la mayor autonomía posible.
En 1816 no había unanimidad de criterio en torno al sentido de la decisión rioplatense de emanciparse del decadente reino de España. Por eso, salvo Córdoba, las otras cinco provincias integrantes de la Liga Federal (a saber: Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Misiones) no enviaron representantes al Congreso de Tucumán. A grandes rasgos, por un lado terciaba el interés del puerto de Buenos Aires de librarse políticamente de toda influencia española, para comerciar sin traba alguna con la industriosa Inglaterra, país que para lograr esa ventaja mercantilista auspiciaba las causas emancipadoras en Sudamérica. Del otro lado, la Unión de los Pueblos Libres, creada por José Gervasio Artigas, tenía una visión independentista diferente, puesto que necesitaba proteger a los pueblos del interior de la sucedánea dominación que ya ejercía la centralista ciudad portuaria.
Este sentido dual –ambivalente si se quiere- de la Independencia perdura entre los argentinos hasta nuestros días, de ahí la necesidad de señalar el hito fijado en aquella celebración de Perón en la Casa de Tucumán. Concepto revalorizado por Kirchner, para establecer una política que reunió la vieja aspiración de la autonomía económica con el renovado empeño de hacer posible la integración regional por la que tanto abogó tempranamente aquél (“El año 2000 nos encontrará unidos o dominados”, presagiaba Perón).
Durante el atormentador período que medió entre ambos gobiernos –sobre todo el signado por el terrorismo de Estado, cuando la dictadura fue además de genocida también vendepatria-, hubo tiempo para que germinara como contraste la preclara conciencia del camino liberador, mediante la lectura de autores ineludibles como Raúl Scalabrini Ortiz, Arturo Jauretche, Jorge Abelardo Ramos y Eduardo Galeano. A partir de la constitución de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) se hizo explícito el mensaje que hoy pugna por hacer prevalecer esa visión de conjunto, integradora, como la única posible para garantizar la construcción de la anhelada Patria Grande.

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