jueves, 17 de noviembre de 2016

La globalización se agota. Es la hora de los Brics



Cuando triunfó en la guerra fría, el bloque occidental, comandado por EEUU, anunció que la historia llegaba a su puerto final. Habría acontecimientos, pero nada fuera de la economía capitalista de mercado y de la democracia liberal. Ese era el fin de la historia. 

La globalización neoliberal se encargaba de hacer universales esos esquemas económicos y políticos. La Pax americana se imponía. Pero el paso de un mundo bipolar a un mundo unipolar bajo la hegemonía imperial norteamericana no trajo ni paz, ni desarrollo económico. Al revés, se han multiplicado los focos de guerra y la recesión económica se ha globalizado. 

La crisis recesiva en el centro del sistema, empezada en 2008, no tiene ni plazo, ni forma de terminar. Las políticas de austeridad asumidas por todos los países europeos son máquinas de generación de inestabilidad social y política, quitando legitimidad a los sistemas políticos y a los partidos tradicionales. 

El Brexit fue una expresión más evidente del malestar provocado por la globalización, del que la elección de Donald Trump es una confirmación. Se generaliza el rechazo a los efectos de la globalización neoliberal. Los gobiernos y partidos que insisten en esa dirección son sistemáticamente derrotados. La crisis de agotamiento de la globalización lleva consigo también a la democracia liberal, que pierde legitimidad al no expresar los sentimientos de la mayoría de la población. 

El fin de la historia desembocó en el fin del neoliberalismo, con un horizonte de su superación representado por los Brics. Más que una agrupación de países, los Brics han empezado a dibujar un nuevo orden económico y político internacional, para sustituir a aquella construida al final de la segunda guerra mundial, basada en el Banco Mundial, en el FMI y el dólar. 

Cuando la globalización muestra sus límites, condena a las economías a un estancamiento sin fin, provoca la pérdida de los sistemas políticos asentados en ella, es un período histórico que se cierra. En lugar de lo que tantos hablaban sobre un supuesto fin de ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina, lo que se da es un final de ciclo en carne propia, con la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea y los cuestionamientos que Donald Trump hace a los Tratados de Libre Comercio y a otros pilares de la globalización. 

La globalización se ha agotado sin lograr que la economía mundial volviera a crecer, al contrario, naturalizando la recesión en escala mundial. Tampoco logró disminuir los conflictos en todo el mundo, al contrario, los multiplicó. 

El mundo que surge del Brexit, de la elección de Trump, de la profunda crisis de la Unión Europea y, sobretodo, de los Brics, es un mundo de transición entre el de la globalización comandada por los EEUU y su modelo neoliberal, y el que apunta hacia mecanismos de reactivación del desarrollo, de la resolución negociada de los conflictos internacionales, de fortalecimiento de los Estados nacionales y de los procesos de integración regional y de intercambio Sur-Sur. 

En ese momento, América Latina tiene, más que nunca, que profundizar sus procesos de integración y, sobretodo, acercarse a los Brics, a su Banco de Desarrollo y su fondo de reservas. Buscar, al contrario, retomar lazos privilegiados con EEUU es hacer el camino opuesto, es condenarse a la recesión, alejarse de los focos dinámicos de la economía mundial, volverse intranscendentes, como había ocurrido en los años 1990. 

Precisamente en el momento de agotamiento de la globalización y del modelo neoliberal en escala mundial, Argentina y Brasil reanudan ese modelo, después de su fracaso en esos mismos países, en los años 1990. Una señal más de que se trata de opciones contrarias a la dinámica del mundo en el siglo XXI. 

* Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).


sábado, 5 de noviembre de 2016

Destruir a Lula y Cristina para destruir Brasil y Argentina



Los grandes procesos de transformación de nuestras sociedades están estrechamente asociados a los grandes liderazgos que los han conducido. No son procesos espontáneos, sino voluntarios, en los que la voluntad política colectiva de las sociedades se articula a partir de un proyecto y de un liderazgo que la conducen.
La derecha no necesita de ese tipo de liderazgo. Sus objetivos son conservadores, restauradores, les basta desarrollar formas de acción que obstruyan la acción de los movimientos populares, que dividan al pueblo, lo neutralicen, dificulten el surgimiento de grandes liderazgos populares. El pueblo, a su vez, necesita, para unificarse, de grandes liderazgos, de la construcción de grandes proyectos de trasformación social, económica y política.
La derecha tiene sus instrumentos de unificación y de acción –sus partidos, sus medios de comunicación, sus entidades corporativas, la policía, el poder judicial, entre otros–. El pueblo necesita crearlos. Los liderazgos populares, con sus discursos y los vínculos que establecen con el pueblo, son esenciales como centro de una construcción contrahegemónica.
En el período histórico actual, de lucha por la superación del modelo neoliberal, han surgido liderazgos como los de Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, que personifican a esos modelos frente al pueblo. Cuando la derecha busca recomponer su modelo neoliberal, necesita, como elemento indisoluble de su objetivo de restauración conservadora, destruir también las imágenes de los líderes que han representado los proyectos antineoliberales.
¿De qué sirve destruir los Estados, reducirlos a su mínima expresion, si se mantienen los liderazgos de los que los han fortalecido, de los que lideran la resistencia a esos intentos y pueden volver a la presidencia y recomponerlos? Es parte indisoluble del proyecto de restauración neoliberal del gobierno de Mauricio Macri atacar la imagen pública de Cristina. Al mismo tiempo que pone en práctica su proyecto de exclusión social, su gobierno se empeña en la campaña que ataca sistemáticamente a Cristina, no discutiendo lo que el gobierno de ella ha hecho en comparación con lo que se está haciendo hoy, sino buscando la descalificación personal.
Porque los argentinos saben que han vivido mucho mejor en el gobierno anterior, saben que el ajuste que se está poniendo en práctica ya fracasó en los años 90, que menos Estado y más mercado lleva a más recesión, con las consecuencias de más desempleo y más miseria. Por ello tienen que diagnosticar que los problemas que enfrentan ahora vienen de gastos supuestamente excesivos del gobierno anterior, producto, aunque sea en parte, de la corrupción. Sin comprobarla, su diagnóstico no se mantiene. De ahí la campaña diaria de descalificación de Cristina Kirchner y de su gobierno.
Lo mismo pasa en Brasil, confirmando que son gobiernos gemelos en los intentos de retorno al neoliberalismo. El gobierno que asumió mediante un golpe, trata de imponer el modelo no solo fracasado en los 90, sino también derrotado cuatro vecesen las urnas, incluso en la ultima elección, en 2014. Lo hace en medio de inmensas manifestaciones en su contra. Mientras las encuestas dicen que el 70 por ciento de los brasileños están en contra de la ley que congela los recursos para políticas sociales por 20 años, la ley fue aprobada por la Cámara de Diputados con el 70 por ciento de los votos a favor, absolutamente a contramano de la opinión de la población.
Un gobierno así tiene, al igual que el argentino, que dividir sus esfuerzos entre la aplicación cruel del ajuste fiscal, el desvío de las acusaciones de corrupción que afectan a quince de sus ministros y el ataque a Lula, el fantasma que quita el sueño a la derecha brasileña. Acusaciones que no se sostienen y que, por ello, se vuelven descabelladas; tal como la penúltima, de que el Itaquerao, el estadio de fútbol de Corinthians, donde de jugó el partido inaugural del Mundial, habría sido un regalo (sic) de una constructora acusada de corrupción a Lula. Además de ocho millones de reales, acusación que se agregó al día siguiente, para no tener ni un día a los medios sin alguna acusación.

El mecanismo es el mismo. La derecha de los dos países sabe que sin la destrucción de la imagen de los dos líderes que mejor encarnan a los gobiernos que han resultado en esos dos países, no se cumple plenamente su objetivo de destrucción de esos países. Hay que destruir la imagen de Lula y la de Cristina, para poder destruir a Brasil y a la Argentina.