miércoles, 21 de febrero de 2018

LOS REGÍMENES DE EXCEPCIÓN: Michel Temer, Mauricio Macri y Lenín Moreno




Los regímenes de excepción son el tipo de sistema político que corresponde a los gobiernos de restauración liberal. En Argentina, en Brasil, en Ecuador, se revelan como el modelo político compatible con gobiernos que reaccionan en contra de los gobiernos populares, antineoliberales.
Son sistemas basados en la judicialización de la política, como forma de criminalizar a los líderes populares, así como a los movimientos sociales y a las formas alternativas de medios de comunicación. Una alianza entre los medios monopólicos de comunicación, los partidos de derecha, sectores del Poder Judicial y de la policía son el bloque político que implementa los regímenes de excepción.
Un rasgo típico de esos regímenes de excepción es la persecución a los líderes populares, por lo que representan como defensa de los programas antineoliberales, de extensión de los derechos sociales y políticos, de soberanía nacional, de crecimiento económico y de expansión del mercado interno de consumo de masas.
Típicos de la coyuntura política actual son los intentos de excluir a los líderes más populares que esos países han tenido en este siglo de la posibilidad de que puedan volver a ser candidatos a presidentes. Lo que ha pasado recién en Ecuador es una expresión más de que regímenes que adhieren a proyectos antipopulares y antidemocráticos tienen como obsesión excluir la posibilidad de enfrentarse a candidaturas que representan exactamente lo que ellos tratan de contradecir.
Lo que confirma que el gobierno de Moreno traiciona el mandato que ha recibido es que nada de lo que hace –incluso el referendo– estaba en su programa electoral y deja de defender lo que sí estaba en ese programa. Pone la responsabilidad de la situación económica en los supuestos gastos excesivos del gobierno de Rafael Correa, precisamente como dice la derecha ecuatoriana. Y como hacen las derechas de Argentina y de Brasil.
Para defender ese tipo de posición, no puede enfrentarse a Correa, que representa exactamente lo opuesto. Entonces tiene como objetivo central su exclusión como posible candidato que proponga el retorno del programa más exitoso de la historia de Ecuador.
Así como también la derecha boliviana se empecina en intentar que Evo Morales pueda ser candidato de nuevo. Sabe que no puede enfrentarlo en una campaña democrática, por eso le gustaría excluirlo. A la vez que desarrolla la campaña mediática –en la prensa tradicional y en internet– más sucia que Bolivia ha conocido, similar a la que hizo para el referendo con la absurda invención de una supuesta amante e hijo clandestino de Evo.
Trata de rebelar a sectores de clase media que se sienten incomodados por la afirmación de los derechos de la masa indígena del pueblo boliviano, por eso desarrolla campañas racistas, de discriminación, con mentiras y acusaciones falsas. Sabe que es la única manera de conquistar apoyos para disputar con Evo Morales, responsable del gobierno que ha transformado de la manera más extraordinaria a Bolivia.
De la misma manera, en Argentina se busca criminalizar a Cristina Kirchner, para intentar excluirla, vía judicialización de la política, de la posibilidad de que vuelva a disputar la presidencia del país y ejercer plenamente su liderazgo popular, sin las absurdas acusaciones con que intentan ensuciar su prestigio y su apoyo popular. Conforme el gobierno de Macri va perdiendo apoyo, resultado sobre todo de su política económica antipopular favorable a los bancos, necesita intensificar los ataques a Cristina, para buscar que no se imponga la comparación central en el país, entre el gobierno antineoliberal de ella y el gobierno neoliberal de Macri.
Lula es objeto de la más monstruosa campaña de persecución política, paralela al apoyo popular expresado en todas las encuestas, que lo convierte en el único líder brasileño en condiciones de pacificar el país y retomar un proyecto que ha hecho crecer la economía con una distribución de renta como Brasil nunca había conocido. Se suceden los procesos, al mismo tiempo que explotan los escándalos en torno a los mismos jueces que lo acusan, por recibir sobrepagos para vivienda –aun teniendo fastuosas casas propias–, como forma de superar el techo salarial que podrían recibir. Moro lo justifica como forma de aumentar los sueldos millonarios que ya tienen.
Se suman así las persecuciones a Lula, a Evo Morales, a Rafael Correa, a Cristina, como formas de intentar excluirlos de la disputa política via judicial e intentos de destrucción de imagen pública. Es otro rasgo de los regímenes de excepción que se han instalado en Argentina, en Brasil y que ahora surge en Ecuador y que es el proyecto de la derecha en Bolivia.
La izquierda, el movimiento popular, todos los que defienden la democracia en nuestros países, tienen que empeñarse a fondo en la resistencia en contra de los regímenes de excepción, en la denuncia de su carácter antidemocrático, en su objetivo de restauración neoliberal. De ese enfrentamiento depende el futuro del continente por mucho tiempo.


domingo, 11 de febrero de 2018

Nace una nueva religión: los medios de comunicación

No hay diferencias sustanciales entre la forma de mirar televisión y el altar de una Iglesia.” – Víctor Hugo Morales[1]

El poder amenaza con peligros que el mismo construye, impone prejuicios y creencias, al estilo de que el pueblo en la calle es violento, que la oposición es desestabilizadora, que Venezuela es una dictadura, etc. A través de los medios de comunicación primero se instala el miedo y luego se promete protección, inoculando en los individuos la ingenua ilusión de que si obedecen estarán a salvo bajo una supuesta seguridad protectora, que en verdad enmascara lo peor: un violento disciplinamiento social.
Con el objetivo de configurar el pensamiento y colonizar la subjetividad los medios de comunicación concentrados utilizan, de forma irresponsable y sin escrúpulos, una manipulación de la opinión pública instalando creencias y prejuicios.
Walter Benjamin afirmó, en uno de sus fragmentos redactado en 1921, que el capitalismo es una religión. Esta definición de asombrosa actualidad, anticipa lo que podemos denominar una nueva religión sostenida en la fe ciega en los medios de comunicación.
La creencia en los mensajes comunicacionales que imponen los medios concentrados tiene una eficacia muy superior a la de cualquier religión. Constatamos a raíz de la visita del Papa Francisco a Chile y Perú que muchos católicos en lugar de desempeñarse con fidelidad al jefe de la Iglesia, lo cuestionan repitiendo el relato de Clarín.
A medida que se fueron desarrollando los medios de comunicación ocuparon el lugar del ideal, construyendo y alimentando día a día una cultura de masas que cree con una convicción inquebrantable en los mensajes que aquellos emiten, lo que conforma un acto de fe y sometimiento a lo que se presenta como una nueva religión.

La masa, una hipnosis colectiva, constituye el paradigma social del neoliberalismo
Freud en sus inicios comenzó trabajando con el método hipnótico, advirtiendo tempranamente el tipo de influencia que la presencia y la palabra del hipnotizador ejercían. El paciente se sugestionaba, creía en el poder del médico, se volvía obediente, sumiso, obteniéndose como resultado una curación temporaria en la que los síntomas desaparecían para luego retornar. Fue ésta una de las principales razones por las que el médico vienés abandonó definitivamente ese método: comprometido con la búsqueda de la verdad, no se trataba de sugestionar y de obtener por esa vía pseudo curaciones.
Años más tarde, ya avanzada la teoría psicoanalítica, Freud pudo demostrar que la masa poseía idéntico mecanismo de formación que la hipnosis. En ambas, el hecho de ubicar al hipnotizador o al líder en el lugar del ideal conducía a un estado de fascinación, a una creencia en su autoridad y a una obediencia a los mandatos que aquel profería sin importar si eran comprensibles o racionales: los mensajes recibidos funcionaban con una fuerza que impulsaba a obedecer incondicionalmente.
Freud comprobó que la masa estaba basada en un enlace de tipo libidinal, amoroso, resultando el mejor sistema social para alimentar la sugestión, la obediencia colectiva e instalar una serie de construcciones ideativas que le iban a dar sustento: las creencias.

La creencia
Una manera de definir la subjetividad es considerarla como un sistema social de creencias compartidas. Las creencias no constituyen algo exclusivamente mental o íntimo sino que se “apoderan” de la subjetividad, se ponen en juego en la realidad social efectiva, en los actos y elecciones, para terminar siendo la envoltura formal de repeticiones rituales. Implican modos de satisfacción que adquieren fijación, motivo por el cual van a funcionar como piedras muy difíciles de remover.
Freud investigó el fenómeno de la creencia en varios de sus artículos. En “Moisés y la religión monoteísta” (1939) analizó la fe en las religiones dando cuenta de que el creyente deja de lado la racionalidad y, a pesar de ser capaz de captar la irrealidad de su creencia, se adhiere a ella y la conserva como una verdad absoluta. Hace referencia a la paráfrasis de Tertuliano credo quia absurdum, “lo creo porque es absurdo”, para justificar que a pesar de que los dogmas religiosos sean indemostrables poseen un valor de verdad que no se fundamenta en lo racional ni en la comprensión, volviéndose irrefutables. Intentar convencer al creyente utilizando la lógica o la demostración racional producirá una sensación de impotencia similar a la de hablarle a una pared. En pocas palabras, las creencias no se fundamentan en errores de comprensión o aprendizaje sino que conforman un sistema de ilusiones que dan sentido, estabilizan, de ahí que el sujeto se aferre a ellas con un convencimiento inquebrantable.
La tesis de Freud en “El porvenir de una ilusión” es que las creencias religiosas se basan en la añoranza de un padre, dando cuenta de una necesidad de protección y autoridad que vuelva soportable el desvalimiento humano; esta añoranza es propia de todo tipo de creencia, más allá del plano religioso.
Las creencias organizan y sostienen la vida funcionando como una matriz para interpretarla, condicionan las percepciones al operar como prejuicios inquebrantables capaces de sortear las evidencias que se le opongan: se cree y luego se ve. El sujeto, de manera conservadora, tiende a aferrarse a sus creencias, no está dispuesto a renunciar a ellas aunque pueda reconocer la irracionalidad de sus argumentos: reniega, realiza una desmentida de un trozo de realidad, como si expresara “ya lo sé, pero aun así…”.
La necedad expresada en aferrarse a las creencias se articula con la pasión por la ignorancia que consiste en una inercia conservadora respecto de lo establecido, una satisfacción por no querer escuchar, ver, ni saber. Con frecuencia creciente encontramos individuos que prefieren no saber y se satisfacen en la ignorancia con el mal de la banalidad. No nos referimos en este caso a la educación formal, que por otra parte no garantiza la ausencia de esta pasión, sino a un deseo de no querer saber sostenido, por una parte, en una comodidad homeostática e inercial propia de lo instituido, y por otra, en una cobardía, un horror al saber capaz de conmocionar las creencias. Esta pasión va de la mano de la promoción del narcisismo que estimula un individualismo descarnado que intenta no ser afectado por el lazo social: “No me quiero amargar”, “no quiero enterarme”.
La pasión por la ignorancia constituye uno de los mayores obstáculos para transformar la posición del sujeto y la cultura. Resulta funcional al capitalismo, de ahí que los medios de comunicación concentrados la promuevan de múltiples maneras, apuntando todas ellas al totalitarismo comunicacional, a la abolición del pensamiento crítico y, en definitiva, a la destitución del sujeto. En consonancia con esto, el neoliberalismo alimenta la cultura del entretenimiento vacío, la frivolidad y la evasión con distintos “quitapenas”, buscando arrasar con la memoria, los legados históricos y el “curro de los derechos humanos.
La masa, construcción laboriosa que realizan día a día los medios de comunicación concentrados, es la vía regia para la obediencia y el desarrollo de creencias muchas veces disparatadas pero indiscutidas.
El poder amenaza con peligros que el mismo construye, impone prejuicios y creencias, al estilo de que el pueblo en la calle es violento, que la oposición es desestabilizadora, que Venezuela es una dictadura, etc. A través de los medios de comunicación primero se instala el miedo y luego se promete protección, inoculando en los individuos la ingenua ilusión de que si obedecen estarán a salvo bajo una supuesta seguridad protectora, que en verdad enmascara lo peor: un violento disciplinamiento social.
La masa fascinada ante el “altar de la iglesia”, mientras invoca al dios del consumo por “el pan nuestro de cada día”, incorpora creencias que promocionan una resignación obediente, sacrificial, temerosa y cobarde.
Una cultura democrática capaz de ir en contra del neoliberalismo y de la masa, que estimule la pluralidad de voces y cuente con mecanismos que apunten a la desconcentración del poder, constituye el mejor antídoto contra esta forma de colonización de la subjetividad que podemos caracterizar como una nueva religión.

[1] Prólogo de “Colonización de la subjetividad. Medios masivos de comunicación en la época del biomercado.”

Nora Merlín es Psicoanalista-Magister en Ciencias Políticas -Autora de Populismo y Psicoanálisis, Edit Letra Viva – Autora de Colonización de la subjetividad, Edit. Letra Viva

sábado, 3 de febrero de 2018

1968: el año de la esperanza


Hace cincuenta años las jornadas revolucionarias que se expandieron desde Checoeslovaquia a Italia, pasando por Francia, aunque su influencia traspaso las fronteras de esos estados, llegando un año después a nuestro país, resultó en un ciclo de alza de la lucha de clases (1968/1976) en todo el capitalismo occidental que constituyó el mayor desafío al sistema desde la Revolución Rusa de 1917.
El aire de aquellos tiempos
Aquel ciclo no inició de la nada ni espontáneamente. Fue el resultado de la acumulación de luchas nacionales y de clase, también de contradicciones que se fueron desenvolviendo en la onda larga del capitalismo nacida luego de la 2da. Guerra Mundial. Quienes protagonizaron aquel tiempo de luchas y esperanzas fueron los nacidos y crecidos en el período de la posguerra en el marco de la llamada “Guerra Fría”, que enfrentaba a dos bloques con formas de propiedad, relaciones de producción y organización social distintas. Esa relación de confrontación-colaboración estuvo en 1962 a punto de desembocar en una guerra nuclear. Fue la crisis de los cohetes en Cuba.
Fue el dirigente inglés Chris Hartman quien bautizó aquel tiempoo como “de la triple crisis”. Definía así el contexto en que se desarrollaron los acontecimientos hace 50 años: una clase obrera ampliada y un movimiento estudiantil que se levantaban contra el despotismo patronal y la opresión cultural en occidente y el autoritarismo en el este, contra la intervención norteamericana en Vietnam y contra el estalinismo en Checoeslovaquia. Pero antes habían ocurrido el fin del orden colonial, Argelia (1956) que inicia la descolonización del África; antes aún India (1946) y luego las Revoluciones China (1949) y Cubana (1959).
La emergencia de los nuevos movimientos sociales y de la nueva izquierda revolucionaria se afirmaba en un fuerte sentimiento antiimperialista –desde Praga a Berlín, desde Tokio a México y Argentina…- que cuestionaba la hegemonía económica y militar de EEUU, junto con una posición crítica frente al comunismo oficial de la URSS y su política de coexistencia pacífica. Estas dos tendencias a las que se sumó el movimiento contestatario al interior de los países centrales se expresó también en la aparición de una verdadera contracultura en las artes, en las letras y en la vida cotidiana -vestimenta, relaciones sexuales, familia- que cuestionaba la cultura dominante. Un emblema del internacionalismo de aquellos tiempos fue la figura del Che -que habiendo renunciado al poder en Cuba volvió al combate llano- ondeando en todas las manifestaciones y en todos los países. Ese fue el marco en que toda esa generación de jóvenes se incorporó masivamente a la militancia política en abierta ruptura con el reformismo de la socialdemocracia y de los partidos comunistas.
De la primavera a los otoños
Todo dio inicio en enero de 1968 con la Primavera de Praga. Cuando la sociedad accionó contra la censura y por libertad de expresión y en las empresas surgió, ya en 1969, un movimiento autogestionario que tomó la forma de “consejos obreros”, en lo que se conoció como el “otoño caliente checoeslovaco”. Finalmente los tanques soviéticos, como antes lo habían hecho en Hungría, invadieron Checoeslovaquia y pusieron fin a la rebelión política.
Quienes impulsaban y participaban de esas movilizaciones no renunciaban al socialismo pero sí querían formas democráticas de vida. Se emparentaban así con las luchas que los obreros y estudiantes polacos y húngaros desenvolvieron en 1956 contra la opresión estalinista en sus países.
Combativas y continuadas movilizaciones por reivindicaciones obreras y en solidaridad con la revolución argelina y, en el plano internacional, la ofensiva del Tet en Vietnam y la ocupación de la embajada de EEUU en Saigón fueron los antecedentes más recordados del Mayo Francés. Los famosos grafitis “Seamos realistas, pidamos lo imposible” o “Nosotros somos el poder” entre tantos otros expusieron la imaginación sin límites (querían llevarla al poder) del movimiento juvenil empoderado en las barricadas que se juntó a la ocupación de fábricas por millones de obreros bajo las banderas rojas, a pesar de la resistencia a sumarse del PCF, solo lo hizo tardíamente.
Los sucesos del mayo francés impactaron decididamente en Italia que también tuvo su Mayo Italiano, sustentado en la acumulación de conflictos fabriles anteriores y en el surgimiento de nuevas corrientes de izquierda que confluyeron en las movilizaciones estudiantiles y obreras, especialmente de las fábricas Fiat y Pirelli, hasta generalizarse y llegar a producir su propio “otoño caliente” en 1969. En él se cuestionó el control de las empresas y la organización capitalista del trabajo pasando por arriba de las estructuras sindicales, en ese entonces dominadas por el PCI.
Una visión descafeinada, muy común en estos días y propia del posmodernismo, centra toda la actividad de aquellas jornadas en el accionar de estudiantes e intelectuales que exigían mayores libertades cotidianas y de pensamiento, esta visión oculta la participación decidida de la clase obrera como tal. Tanto en el mayo francés como en los otoños calientes taliano y checoeslovaco las huelgas con ocupaciones de fábricas y los comités obreros fueron decisivos. La huelga general en Francia de la que participaron más de diez millones de trabajadores es aún hoy recordada como una de las mayores en la historia europea.
Nosotros tuvimos también nuestro propio mayo, la protesta obrero-estudiantil que fue un eslabón más de aquella cadena de acontecimientos que para quienes aún a la distancia, la seguían, seguíamos, con pasión, era parte indisoluble de un continuum que culminaría en la revolución mundial. El Cordobazo fue expresión de ese proceso y también parte constitutiva del mismo, resultó catalizador de grandes luchas del momento bajo la forma de puebladas (Casilda y Gral. Roca), manifestaciones estudiantiles (Resistencia, Corrientes y Rosario) y procesos insurreccionales (Córdoba y nuevamente Rosario) que hicieron de aquel 1969 nuestro 68.
La ruptura en los bordes
A ese proceso histórico, cuya influencia mundial fue mucho más amplia de lo que aquí es sintetizado, es lo que el historiador argentino-mexicano Adolfo Gilly llamó “La ruptura en los bordes”. Se preguntaba “¿Hubo en 1968 y en sus prolegómenos un peligro o una amenaza de ruptura del orden global existente?” Concluía que no pero que sí hubo “…un desafío generalizado al orden mundial existente, el establecido en los acuerdos de Yalta, un desafío no deseado por ninguno de los firmantes de ese acuerdo”. Como se sabe, los firmantes fueron los jefes de gobierno de la URSS, EEUU y Gran Bretaña.
Aquel proceso concluyó sin triunfos y el reflujo ha sido muy profundo. El sistema resultó tener más reservas que las pensadas, aunque también fue decisivo el colaboracionismo de luchar por pequeñas reformas sin impugnar el todo de comunistas y socialistas así como la política de coexistencia pacífica de la URSS.
Sin embargo aquellos jóvenes estudiantes y obreros abrieron puertas y nuevos senderos a explorar. Demostraron, aunque se quedaran en los bordes, que era posible desafiar el orden existente y amenazar con su ruptura, que había otra forma de organizar el trabajo y las relaciones sociales, que se podía conciliar socialismo y democracia. Aquellos sueños y esperanzas no cumplidas siguen vigentes en otro contexto, con nuevas dificultades y muchas incertezas, pero hoy como hace medio siglo alimentan nuestras esperanzas.

*Eduardo Lucita, integrante del colectivo EDI –Economistas de Izquierda