lunes, 23 de abril de 2018

Informate antes de hablar de Siria


Juan Manuel Aragón

 
Un país complejo, rico culturalmente y polifacético, que se encuentra en el centro de las noticias, las opiniones y los bombardeos

Para hablar de Siria primero habría que saber que entre los musulmanes hay sunitas, shiitas, hanafitas, malikíes, partidarios del hambalismo, mutazilíes, shafíes, yabriyya, jariches, nayadat, azraquíes, sufíes, zaydi, derviches bohores, drusos, ismailíes, morabitos, imaníes/duodecimanos, Ahl-i-haqq, yazidíes, qadiriya, rifaiyya, bektashis, nusayris, juga, zilkibas, muminiyya, wahhbíes, layenes, muridas, tijianes, baye fall, ahmadías, ahmadiyya muslin yamat, lahore ahmadiyya, salafistas, takfiristas, salafiyyas, alevistas, bahais, khojas, aictitos, musulmanes negros, jama at i islami, hermanos musulmanes, nación del islam, mezquita musulmana, takfir wal hijra y faizrahmanitas. Y aprender las diferencias entre cada una, digo, para opinar con alguito de propiedad.

También hay que saber qué países en el mundo tienen la religión musulmana o una mayoría que adhiere al islam. En el África son Argelia, Benín, Burkina Faso, Chad, Comores, Costa de Marfil, Yibuti, Egipto, Gambia, Guinea, Guinea-Bissau, Libia, Malí, Mauritania, Marruecos, Níger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona, Somalia, Sudán y Túnez. Otros países tienen una población musulmana significativa como Camerún, Gabón, Mozambique, Togo y Uganda. En América Guyana y Surinam tienen una población musulmana significativa pero no son mayoritarias. En Europa Albania, Bosnia y Herzegovina. En Asia, Afganistán, Arabia Saudita, Azerbaiyán, Barhéin, Bangladésh, Brunéi, Emiratos Árabes Unidos, Indonesia, Irán, Irak, Jordania, Kazajistán, Kuwait, Kirguistán, Líbano, Malasia, Maldivas, Omán, Pakistán, Catar, Siria, Tayikistán, el estado de Palestina, Turkmenistán, Turquía, Uzbekistán y Yemen. ¿Y Siria?, bueno, Siria es un estado secular que permite la libertad religiosa, es el único país de Medio Oriente de habla árabe junto con El Líbano que no tiene una religión oficial de estado, mire usté qué equivocado que había sabido estar.

En Siria la pertenencia a una comunidad religiosa es casi siempre determinada por el nacimiento. Según (*) Michael Izady, el 68,4 por ciento de los sirios son musulmanes sunitas, el 11,3 por ciento son alawitas y 11.2 por ciento cristianos, el 9.1 por ciento son de otras religiones. Pero no todos los sunitas son árabes, sólo el 60 ó 65 por ciento de la población. La mayoría de los kurdos, que son el 9 por ciento de la población también son oficialmente sunitas, lo mismo que los turcomanos, que son el 1 por ciento de los sirios.​

Si quieres hablar de Siria con alguito de propiedad, primero averiguá que una característica notable de la vida religiosa en Siria es la distribución geográfica de las minorías religiosas. La mayoría de los cristianos viven en Damasco, Alepo, Homs, y en otras grandes ciudades, y un número grande también se ubica en la gobernación de Al-Hasakah, noreste de Siria, Tartus y Latakia. Casi el 90 por ciento de los alawitas viven en la costa del país, es decir, en la gobernación de Latakia y la gobernación de Tartus en las partes rurales de Jabal un Nusayriyah, son más del 80 por ciento de la población rural de costa. Jabal al-Arab/Jabal al-Druze, una áspera región montañosa en el suroeste del país, es habitada en más del 90 por ciento por los drusos; algunas 120 aldeas son exclusivamente así. Los chiítas duodecimanos o imamíes se concentran en las partes rurales de Homs, además de dos pueblos en la gobernación de Alepo, pero algunos viven en Damasco. Los ismaelitas se concentran entre la región de Salamiyah y la de Masyaf en a gobernación de Hamah; aproximadamente 10.000 son de las montañas de la gobernación de Tartus en una ciudad llamada Al-Qadmus. La comunidad de judíos sirios ha disminuido dramáticamente en los últimos 20 años. Algunas estimaciones indican que en Damasco viven menos de 100 judíos. Hay algunos otras minorías que viven cerca de Alepo, como son los Yazidis, algunos de los cuales habitan en Jabal Sam an, cerca de la mitad vive en los alrededores de Amuda en Al-Jazira.

Eso sí, mucho después de haber aprendido estos datos fundamentales, estudiá un poco de historia, de geografía, de movimientos sociales, de economía y de política siria. Y al cabo de un tiempo de reflexión, opiná lo que quieras. Antes es al pedo, es puro palabrerío sentimentaloide.

(*) Michael Mehrdad Izady o Michael Izady (nacido en 1963), es un escritor contemporáneo, especializado en asuntos étnicos y culturales, en particular el Gran Medio Oriente y los kurdos. Es hijo de padre kurdo y madre belga y pasó gran parte de su juventud en Irak, Irán, Afganistán y Corea, ya que sus padres eran diplomáticos. Es licenciado en Historia, Ciencias Políticas y Geografía de la Universidad de Kansas, y luego asistió a la Universidad de Syracuse donde recibió dos maestrías en teledetección-cartografía y en relaciones internacionales. Recibió su doctorado en el departamento de lenguas y civilizaciones de Oriente Medio de la Universidad de Columbia en 1992.

sábado, 21 de abril de 2018

La verdad, un problema político: neoliberalismo y medios de comunicación

NORA MERLIN - https://www.eldestapeweb.com/la-verdad-un-problema-politico-neoliberalismo-y-medios-comunicacion-n42238
El neoliberalismo sólo es posible con represión y producción de “verdades” autoritarias, ambas modalidades violentas de imposición. Esta clase de verdad, estrategia privilegiada de los medios de comunicación concentrados, implica una violencia simbólica e imaginaria que daña la democracia. El poder impone sus certezas manipulando la libertad de elección de los ciudadanos y cercena el derecho a la información verídica, transformando la cultura en un totalitarismo de la significación.
La apropiación de “la verdad” es el “modus operandis” empleado por los medios de comunicación corporativos en toda la región. Un despliegue de espectaculares puestas en escena junto con un “sinceramiento” de la supuesta corrupción de líderes y gobiernos populistas, proveniente de fuentes falsas e indicadores tergiversados. Operaciones que incentivan la hostilidad entre semejantes y profundizan la división social, conformando relatos cuyo objetivo es justificar la persecución y el desprestigio de los adversarios.
Con este propósito disponen de un aparato de imposición de “verdades”: compran los servicios de profesionales de informática y marketing, contratan “intelectuales” y periodistas “neutrales e independientes”, que justifican cada medida de gobierno y condicionan las decisiones de los jueces. Todo un aparato irresponsable carente de escrúpulos y vergüenza, cuya función es engañar para dominar voluntades buscando la aceptación de medidas antipopulares.
Los mensajes que emiten poseen un componente argumental o ideacional y otro afectivo, consistiendo este en la apelación a la indignación, el temor, el odio y la venganza articulados en un discurso que refiere al mal y al enemigo.
Los medios concentrados de comunicación determinan qué es verdad y qué es mentira, portan sentidos clausurados pretendiendo adueñarse de la significación de palabras que son patrimonio común: justicia, república, democracia, etc. Terminan funcionando en forma totalitaria en contra de la democracia, en tanto se caracteriza como el sistema en el que no hay sentidos clausurados ni verdades últimas o dogmáticas. Una cultura democrática se construye a partir de un debate permanente respecto de su forma de vida, el poder, la ley y el saber. Si una élite corporativa se arroga la propiedad de la verdad, la vida en común se transforma en totalitaria y en la administración de un saber dogmático cuyos contenidos responden a los intereses de ésos propietarios: los “señores del poder” con su supuesta objetividad pretenden imponer una verdad autoritaria. Concluimos que la verdad establecida y naturalizada en lo social depende de las relaciones de poder y dominación. Cuando un gobierno además de instalar sus dogmáticas certezas o verdades autoritarias utiliza la mentira, falsea datos y recurre a la censura limitando la pluralidad de información, se opone a la emergencia de lo que definimos como “verdad democrática”, herramienta fundamental del espacio público.
La vida democrática requiere la necesidad de cotejar otras perspectivas. La calle aporta los datos duros que resisten la manipulación mediática, mentirosa y antidemocrática. La angustia de la mayoría desfavorecida por este gobierno se impone con su realidad de carne, hueso y estómago excediendo las imágenes construidas y formateadas por los expertos comunicacionales. Esa otra realidad está a la vista de los que se animan a ver más allá de la pantalla del televisor.
Aunque no hay verdades objetivas ni absolutas es necesario asumir una posición respecto de la verdad o falsedad de los hechos sociales, sin tener que inmiscuirse en asuntos de lógica formal.
La verdad se construye políticamente en un acuerdo democrático basado en la pluralidad, el conflicto de intereses y la condición de la libertad. El debate entre ciudadanos iguales, merecedores de un respeto equitativo, es la mayor garantía de veracidad. Las significaciones políticas deben ser el resultado de un proceso público deliberativo que incluya el mayor número de perspectivas. Se trata de construir lo común con otros desde la diversidad configurando un espacio público de convivencia, de narración, de acción, con sentidos que se debatan y no se coagulen. La democracia implica movimiento permanente, un devenir de razones, pasiones y afectos, así como el reconocimiento a través del debate de los argumentos y las iniciativas de los comunes.
La verdad democrática, en oposición a la verdad autoritaria que intenta imponer el poder, supone la responsabilidad de hacerse cargo del mundo común, comprender e interpretar lo que en él acontece, asumir sus marcas históricas, lo que implica un diálogo constante y un conflicto que encuentra inscripción provisoria.
La verdad no es natural, objetiva ni producto del sometimiento, sino una forma instituyente que construye la realidad democráticamente.
El campo popular tiene la tarea de disputar la verdad autoritaria dando la batalla por la verdad democrática, que no cierra del todo, es parcial y subjetiva. En el neoliberalismo la verdad se vuelve un problema político central: la verdad se milita.

lunes, 16 de abril de 2018

Lula no es el fin, es el comienzo

Ivana Bentes * - http://revistacitrica.com/lula-no-es-el-fin-es-el-comienzo.html

Lo nuevo no va a emerger neutralizando a Lula. Una de las mayores falacias de los que prefirieron no tomar posición a lo largo de este proceso que comenzó con el impeachment ilegítimo a Dilma Rousseff y culminó con la prisión de Lula -produciendo una conmoción gigantesca y un nuevo horizonte de configuraciones políticas- es el intento de llevar a la cárcel a Lula como aquello que "tiene que desaparecer", para liberarnos de las "polarizaciones"; lo que tiene que "desaparecer" de la escena política para liberar lo nuevo. Aquello que debería desaparecer para que otras causas, pautas y formas de política puedan emerger.
La miopía en ese tipo de argumento es -justamente- el hecho de pensar de forma dual y maniqueísta, exactamente como los que hallaron en Lula el "chivo expiatorio" para todos los males de la corrupción. Lula se convirtió en el "signo del mal" a ser extirpado del antipetismo histérico; y también de ser "neutralizado", según los ponderados, los equilibrados, los que quieren "acelerar" la aparición de lo nuevo.
Para estos, con dilemas y conflictos de Edipo, habría que matar al padre, el estadista, el rival, matar aquello que traspasó las fronteras. Es decir que "el problema" sería el exceso de grandeza de Lula, que proyectaría su sombra sobre lo nuevo. Ellos, en el fondo, respiran aliviados con esta prisión. Ahora sí, podemos poner a cero el juego y -sin Lula- las "izquierdas oprimidas" van a poder florecer. Creen que sin Lula se acaban las polarizaciones.
La estupidez es pensar que Lula no sea -justamente fue y es- una de las condiciones esenciales para que existiese la posibilidad de que "lo nuevo" emergiera como tal, en ese período de democracia convulsionada que vivimos.
Fue esa extraordinaria jornada que hizo que Brasil produjera nuevos sujetos de discurso: desde la emergencia de la potencia de las culturas de las periferias, hasta los nuevos feminismos; del empoderamiento de los movimientos sociales y culturales clásicos (MTST, MST) hasta el afro-futurismo; la cultura de la diversidad pop y de los pueblos, espacios de debate, las experiencias de los nuevos grupos y movimientos urbanos provenientes del interior del país como Fuera del Eje (una red colaborativa y descentralizada de trabajo constituida por colectivos culturales basados en la economía solidaria, cooperativismo y demás acciones), la posibilidad de los medios alternativos y autogestivos, etc.
Hay un Lula en esos nuevos líderes jóvenes y negros que surgieron de las favelas. Las Marielles (en referencia a la militante asesinada Marielle Franco) son parte de ese proceso, y de ese "efecto-Lula". No se trata de un culto a la personalidad, sino de procesos históricos complejos e intrincados, donde Lula es uno de los “hubs” -es decir, ese dispositivo que permite centralizar el cableado de una red de computadoras-, un nexo, una idea, un concepto, etc.
Lula y el proceso en torno a él, Lula-idea, Lula-concepto, como nexo y no como “personalidad” ni “mesianismo”, fue y es la condición necesaria para la posibilidad de "lo nuevo", y no la sombra que “calla” y que impide el devenir.
¡Lula trascendió el campo de las izquierdas hace mucho tiempo! No pertenece más al PT, ya no pertenece a un “partido”, es por eso que la lucha contra su arresto arbitrario y todo su recorrido de vida ya es una de esas piedras fundamentales que fue lanzada y produce olas cada vez más amplias. En un país desencantado, brutalizado, violentado, no podemos darnos el lujo mezquino de rifar a Lula.
Un hecho significativo ocurrido en las jornadas de San Bernardo fue cuando el PCO (Partido da Causa Operária), en contra de la decisión del propio PT, de los abogados y del deseo del propio Lula, intentó impedir que se entregara a la Policía Federal, en una situación fuera de control, tensa, y que apuntala ese pensamiento incontrolable sobre la figura y el legado de Lula. ¡Lula ya no pertenece a nadie!
Ese fin de semana, después de horas viendo a través de los medios libres, las redes sociales, amigos cercanos, chats de Telegram y Whatsapp todo lo que pasaba, se percibía claramente esa cuestión ampliada, generosa, extendida, de Lula, y de esos procesos por los que pasamos y que fueron ganando en volumen, a una velocidad vertiginosa.
Lula trascendió las burbujas y las izquierdas.
Se dieron cuenta algunos artistas, ex-petistas, desilusionados, familiares, personas que se estaban desligando de todo y no les importaba nada. Sabemos que los procesos son complejos, traen consigo miles de errores, desvíos, equívocos y todas las críticas tienen que ser hechas. Pero nada de todo eso puede neutralizar la grandeza y riqueza del proceso encabezado por Lula.
El único momento en el que realmente lloré profundamente fue cuando, después de aquel largo cortejo por las calles de San Pablo, el minúsculo y frágil bimotor de la Policía Federal despegó del aeropuerto de Congonhas y se llevó a Lula preso.
Pero hasta esa imagen era una paradoja: en el menor espacio del mundo, capturado y abrumado, Lula volaba sobre la ciudad que le dio todo y que detonó un proceso histórico y singular. La prisión ya era un vuelo. #LulaLivre.

PD: Este texto nació como respuesta a la tesis defendida por el medio Estadão –y por tantos otros en Brasil, Argentina y el mundo– en su editorial post-prisión, sobre "enterrar" a Lula: "Brasil ya no soporta más tener su destino condicionado al de Lula da Silva. Es preciso voltear esta triste página de la historia y dirigir los ojos hacia el futuro". Pero no existe futuro en nuestra frágil democracia que no pase por el legado, por los aciertos y errores, de Lula.
* Ensayista, profesora e investigadora brasileña. Texto publicado en midianinja.org


jueves, 12 de abril de 2018

Lo que está en juego en la actual crisis brasileña: ¿recolonización o refundación?




La derrota de Lula en el STF a propósito del rechazo del habeas corpus y su prisión, revela la vuelta de las fuerzas del atraso que perpetraron el golpe parlamentario, jurídico y mediático contra Dilma Rousseff en 2016. La gran cuestión no se restringe a la difamación de nuestro mayor líder, condenado sin pruebas convincentes, y a la sangría del PT. Se están enfrentando dos proyectos que van a definir nuestro futuro: larecolonización o la refundación.
El proyecto de la recolonización fuerza a Brasil a ser mero exportador de commodities. Esto implica desnacionalizar nuestro parque industrial, nuestro petróleo, las grandes instituciones estatales. Se trata de dar el mayor espacio posible al mercado competitivo y nada cooperativo y reservar al Estado solamente funciones esenciales mínimas.
Este proyecto cuenta con aliados internos y externos. Los internos son aquellos 71.440 multimillonarios censados por el IPEA que controlan gran parte de las aportaciones del país. El aliado externo son las grandes corporaciones multinacionales, interesadas en nuestro mercado interno y, principalmente, el Pentágono que vela por los intereses globales de Estados Unidos.
El gran analista de las políticas imperiales, recientemente fallecido, Moniz Bandeira, Noam Chomsky y Snowden nos revelaron la estrategia de dominación global. Se rige por tres ideas fuerza: la primera, un mundo y un imperio; la segunda, la dominación de todo el espacio, abarcando el planeta con cientos de bases militares, muchas de ellas con ojivas nucleares; la tercera, la desestabilización de los gobiernos progresistas que están construyendo un camino de soberanía y que deben ser alineados a la lógica imperial. La desestabilización no se hará por vía militar, sino por vía parlamentaria. Se trata de destruir los liderazgos carismáticos, como el de Lula, difamar el mundo de lo político y desmantelar políticas sociales para los pobres. Un contubernio ha sido organizado entre parlamentarios venales, estratos judiciales, del ministerio público, de la policía federal y por aquellos que siempre apoyaron los golpes particularmente los grandes medios.
Depuesta la presidenta Rousseff, todos los elementos político-sociales a decir verdad empeoraron sensiblemente.
El otro proyecto es el de la refundación de nuestro país. Es un proyecto que viene de muy atrás, pero ganó fuerza bajo los gobiernos del PT y aliados, para el cual la centralidad era dada a los millones de hijos e hijas de la pobreza. No sólo mejoró la vida de ellos, sino que rescató su dignidad humana, siempre humillada. Este es un dato civilizatorio de magnitud histórica.
Este proyecto de la refundación de Brasil, proyectado sobre otras bases, con una democracia construida a partir de abajo, participativa, socio-ecológica, constituye la utopía esperanzada de muchos brasileños.
La sostendrán tres pilares: nuestra naturaleza de singular riqueza y fundamental para el equilibrio ecológico del planeta; nuestra cultura, creativa, diversa y apreciada en el mundo entero y, finalmente, el pueblo brasileño inventivo, hospitalario y místico.
Estas energías poderosas podrán construir en los trópicos, una nación soberana y ecuménica que integrará los millones de desheredados y que contribuirá a la nueva fase planetaria del mundo con más humanidad, ligereza, alegría y fiesta, a ejemplo de los carnavales. Pero hay que derrotar a las élites del atraso.
No anunciamos optimismo, sino esperanza en el sentido de San Agustín, obispo de Hipona, hoy Argelia. Bien dijo: la esperanza incluye la indignación para rechazar lo que es malo y el coraje para transformar lo malo en una realidad buena.
Una sociedad sólo puede sostenerse sobre una igualdad razonable, con justicia social y la superación de la violencia estructural. Este es el sueño bueno de la mayoría de los brasileños. 

* Leonardo Boff es Teólogo de la liberación, Filósofo.

domingo, 1 de abril de 2018

¿Qué significa ser progresista hoy?






Las preocupaciones políticas del mundo contemporáneo están relacionadas con las formas de vivir de nuestras sociedades y con las respuestas que podemos dar para resolver sus problemas. De la manera como logremos dar esas respuestas dependerán los resultados a futuro. El progresismo, como posición política, tiene ante sí un enorme desafío en el momento actual.
El progresismo está vinculado con el cambio, el laicismo, el pluralismo, el feminismo, la participación ciudadana y el vanguardismo. Ser progresista significa procurar los cambios que se necesitan ahora. Es evidente que estos cambios deben ser ejecutados por actores sociales y políticos provenientes de una amplia base social. Las siguientes propuestas están abiertas para un debate amplio.

10 propuestas abiertas a la discusión

1) Defensa de la democracia participativa
El progresismo solo puede florecer en una república democrática, y por esta razón propugna un republicanismo radical, en el sentido originario de este concepto. República viene del latín res pública (la cosa pública); y radical se deriva de radix (raíz). El republicanismo radical es la defensa de los intereses públicos desde su raíz; es decir, desde la sociedad.
La sociedad actual debe profundizar la democracia, que es el gobierno (kratos) del pueblo (demos), según sus raíces griegas. La democracia se profundiza cuando es participativa, lo cual significa el involucramiento de todos los ciudadanos en las actividades estatales, sociales, culturales y otras. También lo hace cuando es consultiva, pues la voluntad popular tiene la posibilidad de expresarse mediante el voto en las urnas. La participación del pueblo es esencial en una sociedad democrática. Participar se complementa con pronunciarse.
El pronunciamiento popular no solo se refiere a la elección de representantes políticos o de funcionarios públicos de una sociedad. En realidad, las consultas populares son los mecanismos que más se aproximan a la democracia directa. En una consulta popular es el pueblo quien se convierte en un legislador, y es esta acción popular la que confiere legitimidad a la república. Una democracia auténtica apoya las intervenciones económicas y sociales que promueven la justicia económica, social y ambiental, cuando estas decisiones han sido consultadas al pueblo y ejecutadas por el bien común, y no por determinados intereses particulares, pues ello le restaría sentido al bien colectivo del conjunto de la comunidad.
2) Macroeconomía enfocada al trabajo digno y a lo social
Ser progresista significa ser partidario de una macroeconomía que genere trabajo y que sirva primero a la gente, y no al mercado. Eso solo se obtiene aplicando una economía heterodoxa. La economía ortodoxa es la que sigue la corriente establecida, la del libre mercado; es esa economía individualista y estática; es la economía del consumismo, de lo desechable, de la obsolescencia programada, de las privatizaciones.
Esa visión y prácticas económicas están representadas por el grupo de gobiernos europeos que enfrentaron la crisis del capitalismo central de 2008 (cuyo preludio fue la desregulación financiera en los Estados Unidos), cuando entregaron la economía a los mismos culpables de la crisis: los banqueros de Grecia, Irlanda, Portugal y España. Se trató de un triunfo del neoliberalismo que produjo secuelas desastrosas en la cultura. El desplazamiento de lo real por lo virtual: solo lo que se ve en los medios es real. Los ritos, las ceremonias y los mitos locales dejaron de tener sentido, porque fueron reemplazados por festejos mundiales impuestos desde afuera y carentes de vínculos con un contexto histórico.
El neoliberalismo rompió muchos lazos culturales, sustituyó el mercado popular por el centro comercial, donde se vende lo mismo en todas partes, en vez de la fruta de temporada o la artesanía local. El buscador de internet reemplazó al diálogo. Junto al neoliberalismo creció y crece el narcotráfico y el tráfico de armas, el “coyoterismo” y la trata de personas, e incluso el robo de bebés para las empresas de adopción. Se dice que el socialismo tradicional ─como se practicó en la ex URSS desde 1917 hasta 1989─ no pudo acabar con la iglesia y menos con la familia. El neoliberalismo lo está logrando.
La economía heterodoxa es innovadora, es la del mercado regulado, es social y dinámica; es Islandia enfrentando la crisis de 2008 y entregando la economía a un manejo social. Desde una posición más drástica, podría decirse que la economía ortodoxa pretende ser una ciencia exacta, mientras la economía heterodoxa reconoce que es una ciencia social. Las ciencias exactas pueden hacer predicciones de alta confiabilidad. Las ciencias sociales tienen un alto componente de imprevisibilidad y además tienen como sustento la historia del desarrollo de las sociedades, y son producto del avance del pensamiento en sus diversos períodos.
Ser progresista equivale a ser creativo. Una sociedad consciente exige que su gobierno sea creativo, que combine la inversión pública a gran escala con las iniciativas privadas en proyectos que generen trabajo. A eso habrá que sumar incentivos fiscales para empresas que puedan crear más empleos. Esta política debe complementarse con planes de salud, educación y vivienda para todos. Además es el momento de discutir y aplicar la renta básica universal o ingreso ciudadano.
Para financiar los programas sociales, el Estado debe cobrar impuestos según los ingresos y patrimonios; es decir, que quien gane más pague un porcentaje mayor. Esto implica optimizar la recaudación tributaria y restringir el consumo de bienes no prioritarios así como los bienes (o mejor dicho males) que provocan enormes daños ambientales, entre otras medidas. Para lograrlo, es importante la participación y el diálogo entre los actores de la economía. Ser progresista, en lo económico, es votar por un gobierno eco socialista. Un gobierno que considere prioritarias a las personas por encima de los intereses del mercado, y esté dispuesto a que el conjunto de la sociedad dictamine el rumbo de la economía, respetando y cuidando siempre el ambiente.
La macroeconomía que priorice a la gente por encima del mercado es la que decide con independencia de aquellos organismos internacionales que representan los intereses exclusivos de los mercados internacionales. Debemos reconocer el fracaso de las políticas de austeridad y privatizaciones. La autonomía en materia económica es garantía de equidad.
3) Defensa del ambiente desde el Sur planetario
En mi más reciente libro “Solidaridad sostenible. La codicia es indeseable” (Editorial El Conejo, 2017), he planteado que la defensa irrestricta del ambiente es la prioridad del siglo XXI. Tras esta portada inflamable que es el acelerado cambio climático, se esconde una crisis civilizatoria como consecuencia de las injusticias sociales y ambientales acumuladas, unidas en el mundo actual a las relaciones asimétricas entre norte y sur.
En realidad esa es la base del ecosocialismo, conocido también como marxismo ecológico, término acuñado por un pensador visionario. James O’Connor (“Natural Causes: Essays in Ecological Marxism”. Guilford Press, New York 1998) sostiene que hay una segunda contradicción del capitalismo: la apropiación auto destructiva de los recursos humanos y naturales; es decir, el crecimiento cuyo costo implica destruir la salud, la educación y la naturaleza. Los costos privados se vuelven costos sociales.
Frente a una realidad como la que brevemente describo, desde el punto de vista político, el progresismo debe unirse con los movimientos sociales y ambientales que se opongan a esta depredación del planeta.
Ser progresista no solo significa aceptar los hechos científicos que demuestran el calentamiento global. Es alinearse con quienes luchan por la justicia ambiental planetaria, exigiendo la urgente transferencia de tecnología para reducir los niveles de contaminación en la atmósfera. Una aspiración tan necesaria como esta solo podrá alcanzarse cambiando las reglas de propiedad intelectual, mediante acuerdos con y desde el Sur. El cambio climático es un fenómeno geopolítico y es así como debemos enfrentarlo. No es posible una mitigación del cambio climático con un crecimiento económico ilimitado. Es más, una civilización con un crecimiento ilimitado nunca podrá sobrevivir.
Hay un punto de partida para la conciencia ambiental, que es el reconocimiento de que los países de mayores ingresos están contaminando al resto del planeta. Nos hemos convertido en una especie de fumadores pasivos, y ello nos lleva a rechazar la codicia del crecimiento económico ilimitado que conduce a la extinción. Ese nivel de conciencia empujó a muchos a pensar en la naturaleza como titular de derechos, tal como se encuentra establecido en la Constitución ecuatoriana aprobada en el año 2008.
4) Construcción de capacidades humanas mediante educación y salud, con profundización en derechos
La complejidad de las sociedades actuales nos obliga a realizar continuas intervenciones. Estamos en un momento en el que miramos con enorme preocupación el futuro de nuestra sociedad; prepararnos en lo inmediato es nuestra exigencia y deber ahora. La educación es uno de los puntales para sostener una sociedad digna, y ello implica la entrega de todos los esfuerzos posibles para mejorar las condiciones en las que se desarrolla el proceso educativo; es decir, contar con una gran capacitación de los docentes, la construcción de una infraestructura digna y la creación de un entorno educativo de paz.
Ser progresista es brindar atención integral en salud. La salud no puede ser tratada como una mercancía, porque las ganancias obtenidas de ese trato comercial se convertirán a la larga en gastos fúnebres. Existen enfermedades fáciles de prevenir, pero que en situaciones de pobreza se han vuelto incurables.
Ser progresista significa respetar y hacer respetar los derechos de los seres humanos. En una democracia real, para consolidar una sociedad sana y educada, hace falta profundizar los derechos. Esto solo se puede alcanzar con el ejercicio permanente de los derechos humanos, económicos, sociales, culturales y ambientales. Estos derechos deben enseñarse y cumplirse desde la primera infancia; desde las escuelas hasta llegar a las áreas de trabajo como adultos.
5) Ética y transparencia en todos nuestros actos
Según el filósofo del sentido común, Aristóteles, lo que nos lleva al logro de nuestro bienestar es bueno y todo lo que nos aparta de ese fin es malo. En eso se acerca la filosofía clásica griega a la sabiduría ancestral andina, que se expresa en el concepto de Sumak Kawsay o Buen Vivir. Ser progresista es mantener en la vida individual y social un estándar moral elevado, sobre todo, cuando nos referimos a los temas de corrupción.
Ser progresista va más allá de la moral religiosa. El mundo actual pone en contacto a muchas religiones y creencias, con lo cual es imposible fundamentar la moral bajo un solo credo. De igual manera, existen personas y grupos sociales muy respetables que son agnósticas, ateas o no creyentes. Es ahora muy necesario apelar a una ética humanista universal que sea aceptada por todos los seres humanos del planeta.
Ser progresista es ser transparente. La transparencia tiene que ser una actitud personal y social. Toda persona ─mucho más quien ejerce funciones públicas─, debe ser transparente en sus actos individuales. Las sociedades deben levantarse sobre la base de la confianza mutua, y por ello las instituciones deben reflejar esa aspiración de transparencia. En la vida cotidiana, cuanto más filtros tengamos que pasar para obtener información o realizar trámites, más posibilidades y espacios se abrirán para las acciones de corrupción.
La corrupción es un flagelo social, pero no es exclusiva del sector público. Se trata de un mal general de la sociedad del capital. La lucha contra la corrupción debe ampliarse a fin de erradicar los paraísos fiscales en el planeta.
6) Sin soberanía en lo internacional, no hay paz
Ser progresista es ser soberano en las relaciones internacionales. Nuestra época no admite protectorados ni colonias. Es importante promover el alineamiento entre naciones que se tratan como iguales y actúan por el bien del grupo. Una actitud o conducta opuesta al principio del derecho y la equidad entre naciones y estados podría convertirse en un apoyo servil o entreguismo, lo cual deforma y atrasa las relaciones internacionales del mundo contemporáneo.
La soberanía nacional es un componente esencial del Estado. El concepto actual de soberanía tiene nuevos elementos, si lo comparamos con los de otras épocas. El Derecho y la Política han tenido que adaptarse a la globalización del capital, pues las exigencias de la sociedad mundial han empujado a una modernización en las relaciones entre los estados.
7) Participación popular en todos los procesos públicos
Ser progresista es involucrar de manera íntegra a la sociedad en los procesos de cambio. Primero, porque la sociedad es corresponsable con el Estado. Pero lo más importante es que la participación activa de la sociedad se convierte en un componente esencial del cambio duradero o de larga duración. Ser progresista es trabajar por el empoderamiento de los grupos excluidos de la sociedad. Este proceso significa promover los cambios que beneficien a esos grupos, en el ámbito de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales. Pero no solamente eso, sino además, que provoquen el empoderamiento dentro de un proceso de auto confianza al interior de esas comunidades.
Ser progresista es ser partidario de la organización popular. Si la economía ortodoxa va al ritmo de las estructuras conservadoras, es obvio que se oponga a la organización popular, porque se trata de un ingrediente que atentaría contra su seguridad. La organización popular se consolida cuando muchas personas sienten identificación con un grupo social, comparten la misma visión crítica y mantienen un objetivo común de cambio.
Como dijimos al principio, estos cambios deben ser ejecutados por actores sociales y políticos provenientes de una amplia base social. Esa base es la suma de las capacidades individuales para identificar y resolver problemas. Es el sector social más consciente de su corresponsabilidad con el Estado en mejorar sus condiciones de vida. Los actores políticos que ejecutan estos cambios son quienes negocian con el Estado el bienestar de la sociedad. Esta puede alcanzar esa amplia base social identificando necesidades y proponiendo soluciones, que se logran con empoderamiento y participación en la democracia, y generando ciudadanía.
Entre los actores sociales llamados a participar activamente en estos procesos están los movimientos indígenas, la militancia de grupos minoritarios marginados, los sindicatos de trabajadores, las asociaciones estudiantiles, las agrupaciones culturales, los gremios profesionales, los defensores de derechos humanos y ambientales. El mundo moderno ha visto surgir, como contrapartida de la globalización del capital, movimientos globales de justicia planetaria. Además, en todas las épocas, la juventud ocupa la primera fila de las transformaciones sociales. Mientras más amplia sea la base social que participe en la cosa pública, mayor será la democracia.
8) Oposición a una cultura dominante y exclusivista
Las culturas populares se oponen a las culturas dominantes. Ser progresista es ser partidario de las culturas populares. Estas se enraízan en su geografía, conservan sus lenguas originarias, prefieren la tradición oral y son más intuitivas. La cultura dominante impone, tiende a ser uniforme, prefiere lo escrito, lo validado y lo que está sometido a regulación. La cultura dominante se inclina por el uso de una lengua internacional y por la globalización cultural.
9) Sintonización con los cambios, sin olvidar las raíces
Ser progresista significa estar sintonizado con los cambios actuales. Sin caer en el esnobismo, es necesario escuchar la voz popular y mantenerse al día con el conocimiento y las innovaciones del mundo. Las organizaciones sociales hoy reclaman derechos diferentes a los que reclamaban antes. Ahora se reclama el derecho a la equidad de género, al feminismo, a la recreación, a la educación continua, a escoger las preferencias sexuales, etc.
El derecho más importante que se reclama en el siglo XXI es uno difícil de conceder para un gobierno, pues depende de muchos actores y factores externos: el derecho a la vida y a un ambiente limpio. Para el progresismo este es el derecho que más lo diferencia del conservadurismo político. Por esta razón el ambientalismo debe ser bien entendido y no tratado como una moda o una conducta muy en boga en el mundo. Un ejemplo típico de la distorsión ambientalista podría ser el consumo de agua limpia embotellada, que está llenando el planeta de basura plástica.
Ser progresista significa, además, estar sintonizado con las nuevas tendencias tecnológicas del mundo. No obstante, no debemos olvidar que la tecnología es un medio, no es un fin. El progresismo es sinónimo de innovación y se encuentra actualizado y al tanto de los últimos inventos útiles en el mundo. Seamos más precisos: con aquellos inventos que propician la solución de necesidades humanas fundamentales y que no profundizan injusticias sociales o deterioran más la base natural de nuestro planeta. El buen uso de la tecnología requiere destreza y eso es lo que debemos formar. Sin embargo, existen reglas internacionales que lo impiden por su alto costo agravado por el sistema actual de patentes y derechos de comercialización, en especial en los aspectos de la salud pública que deberían ser abiertos por un sentido humanitario; además, faltan políticas que fortalezcan la ciencia y la tecnología, tanto en su estudio como en su aplicación.
No se puede ser progresista sin comprometerse con todos los sectores de la sociedad y con la innovación internacional. En resumen, ser progresista significa estar al día con los cambios positivos, en beneficio de la humanidad y del planeta.
No obstante, quien solo sigue la moda termina siendo obsoleto. Para no flotar a la deriva en el mar de los cambios, el progresismo debe estar anclado a las culturas ancestrales. En los Andes, tenemos una tradición telúrica del bienestar social: Sumak Káusai o Buen Vivir que se fundamenta en el respeto a la vida y al cosmos. El Buen Vivir es una alternativa a la idea del desarrollo, como una mera extensión del crecimiento económico sin respetar las culturas humanas o los límites biofísicos. Es un concepto de bienestar colectivo que surge por un lado del discurso postcolonial, crítico al desarrollo, y por otro lado de las cosmovisiones de los pueblos originarios andinos. La felicidad es el objetivo último de su sistema ético y en el caso andino se da mucha importancia al respeto debido a la naturaleza. La Chakana o cruz andina simboliza las normas naturales del Buen Vivir.
10) Libertades políticas y sociales
Al principio de la II Guerra Mundial, el presidente estadounidense Fraklin Roosevelt propuso al mundo luchar por cuatro libertades. “Queremos libertad de expresión y libertad de cultos, y queremos estar libres de necesidades y estar libres del miedo”. Eso lo dijo cuando la mitad de Europa estaba esclavizada por el fascismo. Es lamentable que sus palabras no hayan sido retomadas por sus sucesores, sobre todo, en lo referente a necesidades y miedo.
Una persona progresista debe aspirar a convertirse en adalid de las libertades individuales y sociales, de la misma manera como las consignó después la Declaración de los Derechos Universales de las Naciones Unidas en 1948. Esa declaración histórica confirió dignidad e igualdad, y estableció las libertades políticas, de movilidad, de pensamiento, de opinión, de conciencia, de asociación, de temor al daño físico y de temor a la pobreza.
Llegar a conceptualizar el ser progresista es un reto constante en todas las sociedades del mundo, pues debe recoger elementos basados en el análisis de la historia, en la configuración universal de un concepto de cultura que provoque una visión auténtica de humanidad con posibilidades de permanecer en un planeta equilibrado, como especie capaz de vivir en afinidad con la naturaleza, compartiendo relaciones también equilibradas y justas entre sus habitantes, pues de ello dependerá su permanencia o aniquilación en el futuro.

(*) Actual ministro de Educación y excanciller del Ecuador