jueves, 31 de marzo de 2011

Libia y la hipocresía de Occidente

Editirial - http://www.jornada.unam.mx/2011/03/30/index.php?section=edito

Ayer, al cumplirse 11 días de bombardeos aliados sobre la convulsionada Libia, los líderes de la coalición internacional - encabezada por Washington y Bruselas- acordaron en Londres continuar sus acciones militares hasta que Muamar Kadafi abandone el poder; señalaron que el régimen de Trípoli "ha perdido totalmente su legitimidad y deberá rendir cuentas por sus acciones", y acordaron crear un "grupo de contacto" encargado de coordinar la transición política en ese país.  La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, fue más lejos que sus homólogos de las naciones aliadas y dejó abierta la posibilidad de suministrar armas y explosivos a los rebeldes libios, lo que, de concretarse, implicaría un incumplimiento del veto contemplado en las resoluciones 1970 y 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, como advirtió la ministra española de Exteriores, Trinidad Jiménez.

Ahora que las potencias occidentales se horrorizan en público por la barbarie con que Kadafi ha respondido a la rebelión en su contra -ayer mismo el primer ministro inglés, David Cameron, deploró los "ataques asesinos" del dirigente libio contra su población-, y que el objetivo de las acciones aéreas sobre la nación norafricana ha pasado de"proteger a la población" agredida por las tropas oficialistas al derrocamiento del gobierno de Trípoli -algo que, por cierto, no está previsto en las resoluciones referidas-, es oportuno recordar que la capacidad de fuego y de resistencia de régimen de Kadafi se explica, en buena medida, como consecuencia de la complicidad y de la ayuda directa de Estados Unidos y de Europa occidental. En los años pasados, y al margen de divergencias ideológicas y políticas, esas potencias suscribieron una alianza tácita con el líder de la revolución libia a fin de de asegurar sus intereses geopolíticos en la región y su abasto de petróleo. En esa lógica, toleraron a Kadafi y a sus familiares como inversionistas prominentes en las economías occidentales; ayudaron con ello a consolidar la fortuna personal del líder libio, y lo proveyeron, para colmo, de buena parte del armamento que hoy emplea contra su población, a efecto de procurar oportunidades de negocio para la industria armamentista estadunidense y europea.

Ahora, agotado el capital político del gobernante libio ante las potencias occidentales, éstas han decidido intervenir de manera tardía e improcedente en la nación magrebí y repiten con ello un patrón harto conocido: se presentó en Panamá en 1989, con la invasión de tropas estadunidenses para derrocar al ex dictador Manuel Antonio Noriega -quien se había desempeñado como estrecho colaborador de la CIA en Centroamérica-, y se ha reproducido durante las posteriores invasiones a Afganistán e Irak, en las que la Casa Blanca y el Pentágono han enfrentado, respectivamente, a las milicias talibanas armadas por ellos mismos durante la invasión soviética a la nación centroasiática y al régimen de Saddam Hussein, apoyado por el gobierno de Ronald Reagan en sus afanes bélicos contra Irán a principios de los años 80 del siglo pasado.

De tal forma, al carácter intrínsecamente injustificable y bárbaro de la actual intervención occidental en Libia -que hasta ahora ha cobrado decenas de vida de civiles inocentes y ha multiplicado el sufrimiento humano y la destrucción material de ese país- se suman dos agravantes: la tolerancia y el respaldo que Washington y sus aliados mantienen en la hora presente a regímenes del mundo árabe tan corruptos y antidemocráticos como el de Libia, y la ayuda política, económica y militar que esos mismos gobiernos dieron en su momento al propio Kadafi. Se evidencia así, una vez más, la hipocresía de los gobiernos de Occidente.

martes, 29 de marzo de 2011

Sobre la guerra mediática que une Japón y Libia: Los medios matan primero

Ángeles Diez* - http://www.surysur.net/?q=node/16144


Para que haya una guerra se necesita: matar la memoria, ocultar las víctimas y compartir objetivos; para que haya una central nuclear se necesita: sepultar la memoria, enterrar las víctimas y compartir intereses.
 
 
En la película de Don Siegel, La invasión de los ladrones de cuerpos, bastaba que los humanos se quedaran dormidos para que los invasores (espíritus fríos y calculadores) se apropiaran de sus cuerpos y mataran su humanidad. Sirva este excelente film como metáfora del mundo contemporáneo en el que el la guerra, la Gran Guerra, es la que se libra contra nuestras conciencias.
 
Desde el momento en que los medios de comunicación se convierten en el pilar central que sostiene el edificio de las democracias liberales, dejan de ser un instrumento en manos de la política para ser el alma del cuerpo político en su conjunto, su sustancia. Los federalistas, padres fundadores del régimen estadounidense, se decidieron por el voto universal (de la época) cuando constataron que no peligraba el gobierno de la plutocracia: la gente, convenientemente orientada, elegiría siempre a aquellos que creía más capaces o que defenderían mejor sus intereses.
 
La minoría descubrió que influir en la mayoría puede ser de gran ayuda, dijo el padre de la propaganda Bernays en 1927. Ese mismo año, Lippman -el periodista y teórico de la opinión pública que participó como corresponsal en los interrogatorios de EEUU en la primera guerra mundial-, decía que los regímenes democráticos contemporáneos no podrían sobrevivir sin los medios de comunicación. Lippman era un profeta. El poder de las masas, esa fuerza inmensa recién conquistada, debía ser dirigido para que no pusiera en peligro a los gobiernos. Los pueblos son la gran amenaza de sus gobiernos.
 
Democracia liberal y guerra forman una unidad. La misma que forman capitalismo y explotación.
 
Para que la unidad funcione es necesario que los medios de comunicación sean eficaces en su cometido: subsumir nuestra humanidad. No es fácil. La conciencia humana se atrinchera en nuestra memoria, se hace fuerte con nuestras dudas y pone bajo sospecha los mensajes. Si los nuevos seres no pueden apropiarse de nuestros cuerpos y liquidar nuestra conciencia por lo menos habrán de paralizarnos. Se necesita tiempo ya que la esencia humana tiende a la resistencia, por eso el bombardeo mediático precede a la guerra, o a los terremotos. Los medios son la forma suprema de la guerra. Por encima y antes de que los F16, aviones muy tripulados sobrevuelan todos los días nuestro espacio mental cobrándose nuevas víctimas.
 
Matar y sepultar la memoria: simplifiquemos el mundo
 
Para que pueda darse una guerra no puede haber memoria. Un terremoto es siempre único, circunstancial. La guerra también. La guerra de Libia no es como la de Iraq: hay una resolución del Consejo de Seguridad, la guerra es legal y legítima. El terremoto de Japón no fue como el de 1923, el de ahora ha sido el de mayor intensidad en la historia y ha habido un tsunami. El periodista es el gran encubridor del pasado. La historia no es información, es paisaje. En la era de la información no puede haber memoria.
 
Los medios de comunicación son los primeros en establecer una zona de exclusión. Que no vuele sobre nuestras conciencias ninguna duda ni ningún recuerdo, si los hay, bombardéelos por favor. Decía Bernays en su manual de propaganda que la principal tarea de ésta es simplificar el mundo. El periodista es el “gran pacificador” –perdón-, el gran simplificador. Explica a la gente de forma simple aquello que no lo es. Los matices, las zonas grises crean dudas en el público y le hacen un ser reacio a la compra, ya sea de una mercancía o de una idea. Para que el público pueda ser guiado hay que despejar sus dudas reduciendo su campo de elección: Gadafi o el pueblo libio, Fukushima o crisis energética.
 
Hoy en día no es posible distinguir la información de la propaganda. La propaganda opera en un mundo complejo. La sociedad está fragmentada en múltiples grupos de interés, de aficiones, amigos, familiares, comunidades, ideologías... La función del buen propagandista es generar agregados alrededor de un producto o una idea. La de Libia no es una guerra sino una “operación militar para proteger a los civiles; Fukushima no es una bomba atómica en potencia sino “una enseñanza para mejorar la seguridad de nuestras centrales”. Obama es el prototipo del propagandista, comunicador y político en una sola persona, por eso el imperio sigue siendo el imperio. Para que una mercancía funcione en el mercado ha de borrar las huellas del proceso de producción que contiene, decía Marx.
 
Los nuevos agregados sociales son desmemoriados. Los medios desagregan las resistencias y producen nuevos agregados: voluntades alrededor de un eje común. En general, ese punto común para producir agregados son los sentimientos comunes: repudio de los malvados y solidaridad con las víctimas. Cuando se expone a millones de personas a los mismos estímulos todos reciben las mismas improntas, lo cual no quiere decir que reaccionen de la misma forma. La manipulación es también un juego de probabilidades.
La historia no se repite. La realidad es demasiado compleja e ilimitada. Pero el repertorio de respuestas que damos a los acontecimientos es limitado, por eso el poder estudia a fondo estas respuestas para poder manejarlas según sus intereses. El poder tiene memoria. Nuestra única salvación cuando arrecian las bombas mediáticas es la trinchera de la memoria.
 
Ocultar y enterrar a las víctimas: el dolor es irreparable
 
Fuera del espectáculo de los medios sólo está la muerte. La muerte representada no es muerte, es pura representación, aparece y desaparece a conveniencia. Se repite hasta la extenuación o se esfuma sin dejar huella. En la guerra contra Libia las víctimas son propaganda del régimen. En la guerra de Fukushima las víctimas son sólo una posibilidad improbable.
 
El héroe moderno es el corresponsal o el experto, su objetivo es gestionar a las víctimas ya sean de desastres naturales o de guerras. Un corresponsal curtido selecciona en cada momento lo que conviene o no conviene contar, dosifica y selecciona las víctimas, su número, su procedencia, su verdugo, el momento en que se muestran… Nuestro corresponsal en el terreno, dice Ana Blanco – locutora de los informativos españoles-, nos cuenta cómo viven los libios la ayuda Occidental. Nuestro corresponsal en Tokio acude a un supermercado para informarnos de los niveles de contaminación de las verduras que no son peligrosos para la salud de los japoneses. El héroe humanitario no se distingue del médico, del técnico de comunicaciones, del operador de un tanque. El mismo reportero Óscar Mijallo pasa tanto tiempo al lado de los tanques que bien podría manejar cualquiera de ellos.
 
La propaganda trata a la sociedad como un todo y trata de localizar las partes más sensibles, los discursos y los sentimientos que movilizarán y los que retraerán la movilización. La identificación con las víctimas y la sensibilidad hacia el dolor ajeno es la piel más sensible de la humanidad por eso desaparecen las víctimas tan a menudo.
 
Compartir objetivos e intereses: nosotros, colaboradores necesarios
 
Los medios de comunicación operan un cambio ideológico fundamental, dicen “necesidad” cuando han de decir “utilidad”. Cameron contesta a la Liga Árabe que “era necesario bombardear” para crear un espacio de exclusión aérea. Obama señala que el mandato de la ONU autoriza a “cualquier operación necesaria para proteger a la población civil”; el ministro español Blanco dice hacer “todo lo necesario para acabar con una guerra”, la oposición del PP constata que es “necesaria una intervención para garantizar la seguridad”. Es el mismo lapsus que le lleva al periodista español Mijallo a decir “ellos han comenzado las operaciones militares” cuando quiere decir nosotros.
En la guerra pro nuclear de Fukushima hay una vuelta de tuerca añadida. De la incongruencia que significa en el caso de Libia la necesidad de la guerra para salvar vidas, se pasa a la necesidad del riesgo último de desaparición de la especie a cambio de preservar el nivel de vida: necesitamos morir para poder vivir así. En ambos casos los riesgos se desplazan hacia el futuro, nadie puede prever los daños colaterales y la contaminación ambiental que nos destruirá a todos no es previsible.
 
Decía Ferlosio en sus escritos sobre la guerra “Incoar sospechas sobre lo necesario es menoscabar o minar el pilar ideológico que constituye la coartada moral decisiva de la guerra nueva”. Sólo la sospecha, decimos nosotros, fisura la granítica losa mediática. El discurso de lo necesario e inevitable encaja a la perfección en el imaginario del hombre económico que se apropia cada día de nuestros cuerpos: el cálculo racional se naturaliza en forma de dogma invisible. La causa que se persigue está por encima de lo humano. En los dos ejemplos que manejamos es el control de la energía y la preservación del nivel de vida… En el mes de abril “no subirá el recibo de la luz” dice Ana Blanco. Los rebeldes “controlan las zonas petrolíferas” dice Mijallo con una sonrisa.
 
En el lenguaje del imperio la inevitabilidad es la piedra angular. Alrededor de ella, palabras aisladas, expresiones hechas, imágenes repetidas millones de veces… la dosificación adecuada para que surtan efecto en el momento preciso. Gestionemos el miedo, dicen los expertos en marketing político, modernos propagandistas, que no cunda el pánico. Pánico cuando quieren decir resistencia.
 
Sin embargo, una manipulación eficaz no se apoya en las mentiras sino en las verdades. Se trata de crear imágenes y circunstancias. El público, en el gran mercado al por mayor de las ideas, encontrará las opiniones que creerá suyas. La propaganda, dice Bernays, es universal y continua y “se salda con la imposición de una disciplina en la mente pública tanto como un ejército impone la disciplina en los cuerpos de sus soldados”.
 
En las guerras modernas ya no hay retaguardia. Todos estamos en el frente de batalla. Los medios bombardean en casa. El éxito de los medios de propaganda no está en llamar la atención del público sino en “conseguir su cooperación”. La propaganda busca el punto común entre los intereses objetivos del manipulador y la simpatía del público. La aceptación de las centrales nucleares y la aceptación del liderazgo de la OTAN en la guerra contra Libia tienen un punto común de simpatía hacia las grandes corporaciones basado en la creencia de que las centrales nucleares, dada la alta tecnología que requieren, abaratan la energía, la segunda porque el gran consorcio de la guerra está más capacitado para una contienda rápida.
 
Los políticos ocultan su responsabilidad en el mandato. Las NNUU fueron una de las víctimas de la guerra de Iraq. Ahora tenemos la explicación de por qué sobrevivió una institución que quedó tan desprestigiada en el 2003. La ONU no es necesaria para legitimar una guerra. Es necesaria para desresponsabilizar a los gobiernos a través de sus mandatos. Gracias a NNUU la autoridad moral de emprender una guerra queda desligada de su autoría. Para que haya culpabilidad se necesita que haya responsabilidad pero si no hay responsables no hay culpables. Los aviones no tripulados son la imagen más precisa de las guerras actuales. Por encima de su eficacia bélica está su utilidad simbólica.
 
Para impugnar la guerra hay que impugnar las formas de lenguaje que le corresponden. Dice Comolli “Nosotros, en las luchas de todos los días, hablamos demasiado a menudo con palabras del enemigo”. Los medios nos matan de miedo: el miedo a no disponer de energía o a perder el nivel de vida es más fuerte en occidente que el miedo, diferido, a un desastre nuclear. El miedo a ser marcados como cómplices de un dictador es superior al temor a nuestra conciencia. El miedo del poder es el miedo a que los pueblos dejen de tener miedo. El miedo de los medios es no ser creíbles.
 
Consideraciones finales
 
Al final de la película de Siegel, el protagonista, Kevin Mccarthy, se encuentra en un túnel arrastrando a su novia y tratando de mantenerla despierta para que no se convierta en un mutante. Desesperado y conmovido por el sufrimiento de ella, la besa apasionadamente, Dana cierra sus ojos, apenas un instante, un segundo, lo suficiente para que al abrirlos él descubra en la frialdad de su mirada que ya no es su amor. Así le pasa a nuestra conciencia política. Son cientos, miles, los segundos en que bajamos la guardia, pero es suficiente un instante, sólo uno, para que sin darnos cuenta caigamos del lado de la inhumanidad.
 
Si en los tiempos de relativa calma no hemos sido capaces de construir un discurso propio, de izquierdas, complejo y lleno de matices en relación a los gobiernos, países y sociedades aliadas, cuando estalla la guerra abierta, en los momentos decisivos, aquellos en los que nos ensordece el sonido de las armas, los matices no pueden ser el lastre que nos impida oponernos a la guerra con la contundencia necesaria. La función del intelectual ha de ejercerse por adelantado porque por adelantado es que los medios preparan la guerra.
 
Los acontecimientos son siempre más rápidos que la reflexión que podemos hacer sobre ellos. Decía Umberto Eco que el barón rampante [1] vivía encaramado en los árboles “no para sustraerse del deber intelectual de entender el propio tiempo y participar en él, sino para entenderlo y participar mejor”. La función del intelectual está del lado de los matices, las dudas y las ambigüedades. Pero en el campo de batalla no existen los matices, ni las dudas ni las ambigüedades, solo existen los amigos y los enemigos. Por eso, como el momento de la acción requiere que se eliminen los matices: dice Vittorini “el intelectual no debe tocar el clarín en la revolución” [2].
 
Porque no podemos dejar que nuestros argumentos se conviertan en boomerang que nos decapite haciéndonos correr como zombis siguiendo una extraña luz de verdad a la que nunca tendremos acceso en el presente. Nuestra responsabilidad no está del lado de nuestra buena conciencia, ni de nuestras buenas intenciones, sino del lado de nuestro compromiso político, que por supuesto, también tiene una parte de conciencia moral pero no individual sino colectiva. 
 
Notas:
 
[1] El barón rampante es una de las novelas de la trilogía del novelista italiano Italo Calvino
 
[2] Citado por Umberto Eco en “Pensar la guerra”, Cinco escritos morales.

viernes, 25 de marzo de 2011

La muerte argentina (a 35 años del golpe genocida)

Osvaldo Bayer* - http://www.surysur.net/?q=node/16114


Se cumplen treinta y cinco años. Escribo esto para los jóvenes que no vivieron ese pasado. Es una síntesis para tener en cuenta. Sólo queda el recuerdo del dolor ante crímenes como nunca habían ocurrido antes en la Argentina. De militares que se creyeron dueños de la vida y de la muerte. Con una sociedad civil cómplice. Una dictadura de la quema de libros y de la “desaparición”. De campos de concentración, de torturas y robos de las pertenecias de las víctimas.

De personajes uniformados que se creían omnipotentes. De sectores económicos, intelectuales y religiosos que apoyaron desembozadamente ese sistema para “pacificar el país”. Miles de exiliados. La Muerte con todo su rostro de cinismo.
 
Pero las Madres.
 
Increíble el heroísmo de esas mujeres que dieron un ejemplo al mundo. Pocas veces en la historia humana se ha visto nacer un movimiento así, del dolor, solas ante una sociedad enemiga con miedo. Salir a la calle y reclamar por el destino de sus hijos.
 
Esos dos son los ejemplos que nos quedan de un período tan aciago. Los crímenes más inimaginables y el coraje de esas mujeres. Como resumen final del extremo de la crueldad, nada mejor que expresarlo en la muerte de las tres madres fundadoras de ese movimiento: Azucena Villaflor, Teresa Careaga y María Ponce: después de torturas indecibles, arrojadas al mar vivas desde aviones. ¿La humanidad ha asistido alguna vez acaso a un acto que supere algo tan sádico? Esto ocurrió en la Argentina.
 
Todo para asegurar un sistema económico de base liberal-capitalista que tiene un apellido imborrable: Martínez de Hoz.
 
Pero no nos detengamos sólo en la realidad de esa dictadura militar perversa y voraz, sino preguntémonos cómo fue posible. Fue posible por el fracaso de la sociedad civil. El horror ya había comenzado antes. Las Tres A fueron el símbolo de lo que luego iba a llegar al extremo. Prólogo: matar al enemigo político. Prefacio que terminaría en la desaparición de personas. Los partidos políticos gobernantes fueron cavando la tumba a la democracia tan esperada luego de que el pueblo consagrara a Cámpora con su voto y su deseo de democracia y de más justicia social. Pero apenas unos días después, Ezeiza y el reemplazo de Cámpora por el pariente de López Rega: Raúl Lastiri. Aquí ya comenzó a delinearse el espíritu de la represión que vendría poco después con toda fuerza. Tengo una experiencia personal. Mi primer libro, Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, fue prohibido por un decreto de Lastiri. Así, sin explicaciones. Preví entonces que vendrían tiempos muy difíciles. Primero se prohibiría, luego se quemaría y luego se asesinaría a sus autores. López Rega como poder omnipotente en las sombras. Luego de nueve meses de Perón, que terminaría con su fallecimiento, comenzará ya la lucha abierta.

El 12 de octubre de 1974 no sólo se prohibió el libro La Patagonia Rebelde, cuyos tomos estaba publicando, sino también el film del mismo nombre. Hablo de mi experiencia, pero es que esto pasó a ser una regla general con algo peor todavía: el asesinato en la calle de todo aquel sospechado de izquierdista. Isabel Perón, ascendida no por su capacidad sino por su nombre.
 
Sí, hubo intentos de salir del pozo, como la caída de López Rega, pero igual ya se iba directamente a la caída final. Los militares. Tres nombres para recordar: Videla, Massera, Agosti.
 
Ensuciaron nuestra historia para siempre. No ya la Década Infame. La década perversa. La perversión desde la Casa Rosada. “No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”, dirá el general Videla a los periodistas extranjeros. Cuando le preguntaron sobre gente que había sido detenida. Desaparecidos. Los generales harán lo de Malvinas para salvarse ante la historia. Pero demostraron la incapacidad de su oficio. Quedaron más de 600 soldados muertos en plena juventud.
 
El sistema de Videla-Viola-Galtieri produjo también otro crimen pocas veces registrado en la historia del ser humano: el robo de niños. A las mujeres embarazadas detenidas les quitaban el hijo en el momento del parto. El destino: esos niños iban a parar a matrimonios de militares, policías o adeptos al sistema que no podían tener hijos, bueno, pues a ellos iba el recién nacido. La madre que acababa de dar a luz, en casi todos los casos, era asesinada. En un país católico, con cardenales, arzobispos y obispos.
 
Todo esto es ya sabido. Ha salido todo a la luz. Pero nos empecinamos en repetirlo para que no se olvide de ninguna manera. Tuvieron que pasar más de dos décadas de la dictadura para que en nuestro país se comenzara a hacer verdadera justicia. Ni obediencia debida ni punto final ni indultos. La verdadera justicia.
 
Toda una historia trágica. Las dictaduras militares típicas de la Argentina. Tres décadas y media hace que comenzó a gobernar el cinismo más cruel. La lección nos dice que sólo nos queda el camino de la verdadera democracia, que no sólo debe conformarse con dar la libertad de poner el papelito en la urna cada dos años, sino lograr una sociedad en libertad, con derechos igualitarios. Todavía mueren niños de hambre en la Argentina. Cuando ya no haya estadísticas con esa vergüenza nacional, cuando ya las villas miseria pertenezcan al pasado, podremos decir que cumplimos con los principios de nuestros héroes de Mayo.
 
El nunca más a la Muerte Argentina.
 
*Historiadosr y escritor argentino

martes, 22 de marzo de 2011

Se tambalea el régimen en Yemén


El presidente yemení, Ali Abdullah Saleh, se queda solo. Sin el apoyo ya de la cúpula militar y defenestrado hasta por su propio clan tribal, el imperio de sangre del presidente yemení comienza a desmoronarse. El número dos de las Fuerzas Armadas, el general de brigada Ali Mohsen, desertó ayer del Gobierno, junto a otros dos militares de alta graduación. Su objetivo es unirse a los manifestantes que desde finales de enero exigen un cambio de régimen.

«Anunciamos nuestro apoyo pacífico a la revolución de los jóvenes y a sus peticiones. Para ello vamos a llevar a cabo nuestro papel de proteger la seguridad y la estabilidad de la capital», aseguró el militar, hermanastro también del presidente Saleh, quien lleva más de 32 años en el poder.Tras el anuncio, decenas de soldados de diferente rango se unieron a la manifestación frente a la Universidad de Saná, para anunciar sus deserciones desde la tribuna.

Pocas horas después, el ministro de Defensa, Mohammad Nasser Ali, mostraba su apoyo incondicional al mandatario, al asegurar que las Fuerzas Armadas y la Policía «no van a permitir ningún intento de oposición a la democracia, a la legitimidad constitucional y de perjudicar la seguridad nacional». En el panorama político yemení parece haberse ya entonado el «sálvese quién pueda».

Otras dimisiones
La renuncia del general Mohsen se produce tan solo dos días después de la dimisión de los ministros de Turismo, Asuntos Religiosos y Derechos Humanos, así como de 17 diputados. Y sirve, sobre todo, para que el militar comience a sembrar en su camino hacia la sucesión de Saleh. Una cuestión que parece preocupar, y mucho, a la Administración estadounidense. Según denunciaba en 2005 Thomas Krajeski, por entonces embajador estadounidense en Saná, Mohsen es conocido por «tener inclinaciones salafistas» y apoyar «un programa más radical» que el presidente yemení.

Según un cable publicado por Wikileaks, el ex embajador acusa al militar de haber ayudado a los saudíes «en el establecimiento de instituciones wahabíes en el norte de Yemen» y de ser «un estrecho colaborador del conocido traficante de armas Faris Manna».

Poco podría importar ya. Agudizada su represión contra la disidencia, el clásico comodín de «cruzado en lucha contra el islamismo radical» se muestra ya estéril en manos de Saleh. No es para menos. El pasado viernes, francotiradores progubernamentales abrieron fuego contra centenares de manifestantes en la capital del país, Saná, y causaron la muerte de al menos 52 personas.

Los disturbios comenzaron cuando los opositores, en su mayoría bajo la bandera del partido Al Islah (La Reforma), intentaron demoler un muro que impedía el acceso a la plaza del Cambio, icono de las protestas yemeníes, que se encuentra en los alrededores de la Universidad de Saná.

A raíz de estas muertes, el clérigo Sadiq al Ahmar —líder de la tribu Hashed, en la que se enmarca el clan del propio presidente yemení—, exigió al mandatario que evitara «un derramamiento de sangre» y optara por «una salida honorable». De igual modo, el ministro de Exteriores francés, Alain Juppé, afirmó en Bruselas que la marcha del mandatario era «inevitable».

domingo, 20 de marzo de 2011

La batalla por el petróleo de Libia y la esquizofrenia occidental

Alfredo Jalife-Rahme* - http://www.surysur.net/?q=node/16079


Desde el inicio de la extática revolución del jazmín que impregnó los cuatro rincones del mundo árabe, han sido defenestrados dos sátrapas aliados de Estados Unidos (EU), Gran Bretaña (GB) y Francia en el norte de África (Bin Ali Baba y Hosni Mubarak; este último también adepto de Israel) y se han escenificado en el lapso de una semana dos intervenciones (eufemismos que encubren guerras donde el común denominador se subsume por el control de los hidrocarburos): Bahrein y Libia.


Resulta inconsistentemente insostenible la descabellada propaganda occidental sobre la protección de civiles de Bengasi para implementar la zona de exclusión aérea en toda Libia mediante las operaciones bélicas de Francia, EU y Gran Bretaña –en ese orden secuencial y para citar sólo a tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU.


Occidente emerge fracturado con la abstención relevante de Alemania respecto a la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad, además de la inhibición conspicua del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), ya no se diga la reticencia de Turquía.

¿Por qué Occidente (sin Alemania) no protege entonces a los civiles contestatarios de Bahrein y Yemen, cuyos regímenes son aliados de EU, GB y Francia?

¿Son diferentes los civiles de Bahrein (ver Bajo la Lupa 16/3/11) y Yemen (Bajo la Lupa 2/3/11) a los de Bengasi?
Lorientlejour.com (19/3/11), uno de los rotativos mas pro occidentales del mundo árabe, narra que las autoridades de Bahrein destruyeron la Plaza de la Perla para facilitar el tráfico vehicular. La desacralización es mayúscula: la Plaza de la Perla representa el monumento que se convirtió en el símbolo de la contestación reprimida violentamente (¡súper sic!) por las fuerzas gubernamentales.

¿Que tan violenta deberá ser la represión gubernamental para que valga un operativo bélico de Francia, GB y EU, bajo el resguardo de una resolución del Consejo de Seguridad?

En Occidente el petróleo decide su axiología.

La batalla por Libia no tiene nada que ver con la hipócrita protección de los civiles, lo cual enunciamos en la radio española Prisa en una entrevista con Ángels Barceló en Hora 25 Global (18/3/11).

Si el represor de civiles posee petróleo y es aliado de EU, GB y Francia, pues tan sencillo como esconder la cabeza como avestruz.

Al contrario, si el represor es una potencia petrolera volátil, como Libia, en sus relaciones sado-masoquistas con Occidente (no olvidar las excelentes relaciones del coronel Kadafi con el ex primer británico Tony Blair y con el mismo Sarkozy, sobre las que podemos redactar una truculenta enciclopedia), entonces, se invoca selectivamente la salvación del género humano en Bengasi.

El mismo día que se aprobaba la Resolución 1973 para detener el sitio de Bengasi por las tribus leales al coronel Kadafi, otro sátrapa, Abdalá Saleh, con más de 30 años en el poder y gran aliado de EU en contra de Al Qaeda, realizaba una carnicería (¡súper sic!) en Saná (lorientlejour.com19/3/11).


Bahrein y Yemen, dos aliados de EU (por extensión, de GB y Francia), y cuyos déspotas tienen licencia para asesinar a sus opositores pacifistas, han decretado el estado de emergencia.

Andrew North de BBC News (18/3/11) –una televisora gubernamental de GB, vale recordar– pregunta cándidamente: ¿Por qué EU apoya el uso de la fuerza en Libia, pero no en Bahrein ni en Yemen?

North insiste obsesivamente: ¿Cuál es la diferencia entre Libia y Yemen o Bahrein? Los tres estados han usado la violencia para aplastar las protestas pro democracia.

Finalmente, se responde: en un nivel la respuesta es obvia (¡súper sic!) Bahrein y Yemen son aliados de EU, especialmente Bahrein, con su amplia base naval estadunidense. Libia no lo es ¡Que hallazgo!

Asevera que Arabia Saudita –furiosa por la defenestración de Mubarak, pero todavía gran aliada de EU– ha impuesto una línea roja sunnita en Bahrein.

Concluye North con una apreciación de Marina Ottaway, directora del programa sobre Medio Oriente del Carnegie Endowment for International Peace: Al final, los intereses vienen primero. Para EU la estabilidad en los países petroleros aliados ahora parece (sic) cortar la esperanza de sus movimientos contestatarios. ¿Podrán? ¿Hasta cuándo?

Ya que existen líneas rojas sunnitas en ciertas subregiones de Medio Oriente, ¿Habrá también, en la óptica estadunidense, equivalentes de líneas rojas chiítas?

Mas allá de la palmaria esquizofrenia que expone dos pesas y dos medidas frente al mismo fenómeno contestatario, cuando la situación en el mundo árabe es sumamente precaria y excesivamente fluida, Occidente optó por repetir sus trágicos errores tanto en los Balcanes (v.gr Srebrenica) como en Irak, con sus disfuncionales zonas de exclusión aérea y decidió tomar partido en contra de las tribus de Trípoli y en favor de las tribus de Bengasi (donde se encuentra la mayor cantidad de los hidrocarburos de Libia, según la cartografía francesa de Le Monde 19/3/11).

Cabe destacar que Libia es un país cuya rivalidad entre sus dos polos históricos de poder es explotada por Occidente: Tripolitania (capital Trípoli) y Cirenaica (capital Bengasi).


En la fase del caos inherente a la transición del incipiente orden multipolar, Occidente no cuenta con Alemania, que se ha acercado más a Rusia y a China, mientras se aleja de la impetuosidad legendaria de Nicolas Sarkozy, de la eterna perfidia británica de David Cameron y de la notable inconsistencia de Obama, quien se debate dramáticamente entre el viejo orden del poder duro militar y el poder blando del siglo XXI, cuando EU se encuentra empantanado en Irak, Afganistán, Pakistán, Yemen y hasta en la transfrontera con México (con sus letales drones).

En una redición del entendimiento cordial (Entente cordiale) franco-británico reminiscente del anacrónico colonialismo decimonónico, ¿Sarkozy y Cameron le forzaron la mano a Obama, quien lanzó la orden de disparar sus misiles durante el inicio en Brasil de su gira mercantilista a Latinoamérica?

El costo aventurero de la fractura occidental por Libia puede ser enorme.

Steve Clemons, muy consultado jefe de política exterior de New America Foundation, quien suele ser amigable con Obama, revela que la Casa Blanca vuela sin estrategia y que tenemos ahora una presidencia reactiva (sic) y no una que sea estratégica (The Foreign Policiy 18/3/11).

Los problemas del siglo XXI no se resuelven con cañoneros reflejos condicionados de las decadentes potencias coloniales. Son tiempos de prudencia y de ajuste realista, no de fugas hacia delante.

El avispero de Libia, sea cual fuere su desenlace, que no parece halagüeño para nadie, es apenas el prólogo de un voluminoso libro que está por escribirse en el mundo árabe, pero también en toda África, donde se celebrarán numerosas elecciones este año que pueden despertar los demonios legados por el colonialismo.

¿Tendrán aviones y pilotos suficientes Francia, GB y EU para imponer zonas de exclusión aérea –es decir, el modelo libio– en los 22 países árabes o en los 57 países de la Organización de la Conferencia Islámica o en los 53 países de Unión Africana?

Alea jacta est: la moneda está en el aire.

*Analista internacional mexicano, columnista de La Jornada

lunes, 14 de marzo de 2011

Crisis en Libia - Kadaffi contraataca

Por Diego Ghersi - http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=4988


Denunciada la operación de prensa que intentaba demonizar a Kadaffi; demostrado en los hechos el carácter de guerra civil que ha tomado la situación, y ante el riesgo de que Kadaffi se alce con una victoria militar que prolongue su mandato y convierta en inalcanzables las riquezas petroleras libias, las acciones de la potencias centrales buscan otorgar el máximo apoyo diplomático, económico y militar a los rebeldes.

En lo militar, lo prioritario para la coalición europeo-estadounidense pasa por asegurar pertrechos y anular a la fuerza aérea lealdeslegitimar al gobierno libio reconociendo la autoridad rebelde, en lo económico en ahogar las reservas de activos libios en el extranjero y en la suspensión de toda transacción internacional.

El control del espacio aéreo ha sido clave para que las fuerzas leales a Kadaffiretomen la iniciativa en los combates y, de no mediar otros factores, el líder estaría en camino de aplastar la insurrección en su contra.

Las últimas noticias del frente indicaban la caída de la ciudad de Al Zawiya, 40 km al oeste de Trípoli, tras varios días de violentos combates con los insurgentes.

Al Zawiya constituye un enclave estratégico por ser la ciudad más cercana a la Capital y la más importante de la mitad oeste del país.

La recuperación de Al Zawiya marca el cambio a la ofensiva de Kaddafi que procura ganar terreno hacia el Este de Libia con vistas a retomar Bengasi, un lugar de fuerte contenido simbólico por ser la primera ciudad en que los sublevados vencieron.

Los rebeldes -que tienen tanques, proyectiles antiaéreos, piezas de artillería y armas automáticas, pero no aviones- insisten ante la ONU que autorice una zona de exclusión aérea sobre Libia para protegerlos de los bombardeos de la aviación del gobierno, conscientes de que, de no mediar ayuda extranjera, su suerte estaría marcada por la potencial derrota. 

Pero para Kadaffi el éxito momentáneo de la situación táctica es sólo un frente en una situación estratégica más compleja.

Su ventaja en el dominio del espacio aéreo puede perderse si las potencias centrales encuentran un mecanismo para establecer una zona de exclusión aérea que interdicte la maniobra de sus aeronaves de combate.

Hasta ahora, dicha posibilidad se ha trabado por la necesidad de aprobación internacional emanada desde las Naciones Unidas, organismo en el que Rusia y China -que ocupan lugares de veto en el Consejo de Seguridad- se oponen a lo que consideran “injerencia externa” en asuntos libios.

Por el lado de Moscú, la crisis libia ha puesto en suspenso algunos negocios de interés para el Kremlim. Uno de ellos es el que se gestara durante la visita a Roma del presidente Dimitry Medvedev a mediados de febrero y que sirvió para sellar la entrada del gigante estatal ruso Gazprom en el sector energético libio de la mano de la italiana ENI. Según Bloomberg, esa operación se valuó en 125 millones de euros.

Por otra parte, según fuentes de la empresa estatal rusa Rostekhnologii, la crisis libia ha generado que Moscú deje de ganar 4.000 millones de dólares sólo por la venta de armas.

Rusia tardó en reaccionar en los primeros momentos de la crisis, el 26 de febrero apoyó las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU al régimen libio, y también respaldó la iniciativa de establecer jurisdicción para la intervención del Tribunal Penal Internacional.

El límite ruso en la cuestión fue expresado por su canciller Serguei Lavrov: "No consideramos la injerencia extranjera, en especial militar, como un medio para resolver la crisis en Libia. Los propios libios deben resolver sus problemas".

Por su parte, China se encuentra encerrada entre sus crecientes responsabilidades internacionales, sus grandes intereses económicos en Libia -datos de la Universidad de Pekín fijan en 13 mil millones de euros a los contratos que empresas chinas tenían en ese país hasta la crisis- y su histórica política de no de inmiscuirse en asuntos de otra nación.

La negativa de China a una intervención extranjera también está influida por su situación interna: el ejemplo de las revueltas árabes podrían disparar las protestas dentro de sus fronteras.

China parece estar acomodándose al nuevo rol que su desmesurado desarrollo le obliga a tener en un sistema internacional capitalista que obliga a sus animadores a –literalmente- pelear los mercados. Parte de este nuevo rol implicó el envío de aviones de transporte y buques de guerra (¿?) con el fin de rescatar a los ciudadanos chinos que se desempeñaban en la zona de conflicto libio.

La deslegitimación diplomática de Kadaffi se efectúa en la práctica con la disposición de las potencias centrales a reconocer al Consejo Rebelde como única autoridad en Libia.

En ese sentido el 10 de marzo Francia se constituyó en el primer país en reconocer la autoridad al Consejo Nacional Libio y anunciar el envío de un embajador a Bengasi. En el mismo camino va Estados Unidos, cuya secretaria de Estado, Hillary Clinton, anunció el mismo día que Washington había roto sus vínculos diplomáticos con el gobierno de Kadaffi: "Vamos a reunirnos con la oposición dentro y fuera de Libia para debatir qué más puede hacer Estados Unidos y otros países". 

Desconocer la autoridad de Kadaffi es un paso sin retorno que da la idea de que las potencias centrales no se detendrán hasta enterrar al líder libio o, de no poder desalojarlo, proceder a su aislamiento y a la partición del país.

En ese sentido, el reconocimiento de la autoridad rebelde abriría las puertas a la apertura de un canal humanitario, que podría utilizarse para el abastecimiento de armas, asesores y pertrechos para los sublevados. De hecho, la excusa humanitaria justifica la creciente concentración de buques de guerra frente a las costas libias.

El apoyo humanitario suplantaría la posibilidad directa de invasión militar extranjera, obstruida en la ONU, y que causa rechazo en la población libia, cuestión que parece haber sido asumida por los insurgentes como un factor que podría volverse en contra del objetivo de derrocar a Kadaffi.

Esta situación daría la razón a Kadaffi, quién denunció repetidas veces la poca disposición de su pueblo frente a los intereses petroleros y colonialistas extranjeros en el conflicto intestino.

Con el correr de los días aparecen testimonios en el sentido de que b<>los intentos de apoyo indirectos a los rebeldes por parte de las naciones extranjeras parecen haberse iniciado mucho antes de que se desatara la crisis. 

Así, se denunció que fuerzas especiales de Estados Unidos, Inglaterra y Francia ya habrían entrado en Libia por Bengasi y Tobruk. La denuncia, impresa en el diario “Pakistán Observer” consigna que fuerzas de los tres países estarían en Libia desde el 23 de febrero apoyadas por varios buques de guerra de la Marina Hindú.

Según esas informaciones, la función de los citados grupos especiales sería hoy la de entrenar a las fuerzas rebeldes, para que, una vez liberado el espacio aéreo libio, puedan continuar con las operaciones militares en pie de igualdad contra las fuerzas de Muammar Kadaffi. 

Las informaciones referentes a los intentos por incrementar el apoyo indirecto extranjero a las fuerzas rebeldes tuvieron otra confirmación cuando el 3 de marzo arrestaron en Bengasig a siete oficiales británicos del Servicio Especial Aéreo (SAS) y a un agente secreto del servicio de espionaje M16. Todos portaban armas, mapas, explosivos y una carta personal del premier David Cameron, dirigida a la cúpula rebelde.

Aunque quedan dudas acerca de si el episodio se debió a una descoordinación o a que el movimiento británico quedó por alguna razón expuesto a los ojos de la comunidad internacional, es obvio que los apresados no debían estar ahí.

Por otra parte, el diario inglés The Independent reveló el 7 de marzo que el gobierno de Estados Unidos solicitó al de Arabia Saudita que facilite el suministro de armas a los rebeldes libios de Bengasi.

Arabia Saudita -aliado árabe de Washington- está estratégicamente situada para suministrar pertrechos a los opositores en Libia. En particular el periódico destacaba la necesidad de cohetes antitanques, morteros y misiles para enfrentar a los bombarderos del gobierno libio. 

Estos datos permiten pensar en la existencia de un plan previo que, encubierto en la ola revolucionaria que se iniciara en Túnez, buscaba el reemplazo del gobierno de Kadaffi por uno de corte más permeable a los negocios petroleros de occidente. Dicho plan habría fracasado por la resistencia en el tiempo del líder libio quién ahora, recompuestas sus fuerzas, ha complicado las relaciones internacionales de una manera imprevisible.

Mientras tanto, el Plan de Paz propuesto por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, parece no adquirir el consenso suficiente a pesar de que Kadaffi le ha dado su visto bueno. Las potencias centrales se han cansado de ningunearlo; otros países lo han rechazado de plano y los medios occidentales lo han catalogado como “vago”.

La cuestión es que, para los europeos y los estadounidenses, la opción de que Kadaffi conserve el poder aún bajo condicionamientos firmes de cambio resulta un camino sin retorno luego de que sus máximos líderes se han manifestado en ese sentido.

Es claro que un cambio de liderazgo en Libia debería dar paso a un nuevo régimen de carácter previsible para los gobiernos occidentales, condición que Kadaffi no cumpliría y menos aún después de haber sido traicionado por los mismos que hace muy poco lo lisonjeaban sin vergüenza alguna.

En la danza de adhesiones y rechazos que despertara la iniciativa venezolana resulta curiosa la posición del presidente de Chile, Sebastián Piñera, quién se manifestó en contra de la propuesta bolivariana y a favor de la intervención internacional. La actitud –que sin duda debe anotarse por la cuña que insinúa a los intentos de unión continental- representa hacer el juego a los intereses de las potencias occidentales y no aboga por la paz. 

En detalle, el presidente trasandino considera que el plan de paz propuesto por su par venezolano no ofrece las mínimas garantías para ser tomado en cuenta y cree que "intervenir en los asuntos de un país es una decisión difícil, pero ya hubo demasiadas muertes y no hacer nada es la peor decisión que podríamos tomar".

Da la sensación de que la decisión de acabar con Kadaffi ya ha sido tomada en las capitales europeas y en Washington, y que sólo queda determinar de qué manera se instrumentará el final del líder libio. Y todo eso deben hacerlo antes de que Kadaffi explote su actual situación de ofensiva y recupere el control del país.

dghersi@prensamercosur.com.ar

viernes, 11 de marzo de 2011

No debemos abandonar a nuestros hermanos árabes

Por:   Atilio A. Borón

La inesperada rebelión en el mundo árabe tomó a todos por sorpresa. Las satrapías del Magreb y Oriente Medio quedaron tan pasmadas como sus amos imperiales por la eclosión que se originó en un incidente relativamete marginal, más allá de lo terrible y doloroso que fue en el plano individual: la autoinmolación en la ciudad de Sidi Bouzid, Túnez, de Muhammad Al Bouazizi, un graduado universitario de veintiséis años que no encontraba trabajo y que decidió entregarse a las llamas porque la policía le impedía vender frutas y verduras en la calle. Su familia requería de su ayuda y Al Bouazizi, un joven pobre, no quiso convertirse en uno más en la larga fila de jóvenes desempleados de su patria, o emigrar por cualquier medio a Europa. El terrible sacrificio de su protesta fue la chispa que incendió la reseca pradera de una región conocida por la opulencia de sus oligarquías gobernantes y la secular miseria de las masas. O, para decirlo con las palabras siempre bellas de Eduardo Galeano, lo que encendió "la hermosa llamarada de libertad" que prendió fuego al mundo árabe y que tiene al imperialismo sobre ascuas, para seguir con metáforas ígneas tan apropiadas para los tiempos que corren.(1)

La rebelión de los pueblos árabes también dejó en desairada posición a los expertos, los analistas y los periodistas especializados. Desnudó impiadosamente su charlatanería, y su papel de manipuladores de la opinión pública al servicio del capital. Una revista de tanta experiencia como The Economist , por ejemplo, fue incapaz de anticipar, en su último número del año pasado dedicado a presentar las previsiones y lo que se venía para el 2011, los acontecimientos que pocas semanas más tarde conmoverían al mundo árabe -y, por extensión, al equilibrio geopolítico mundial- hasta sus cimientos. Este fracaso reitera por enésima vez la incapacidad del saber convencional para predecir los grandes acontecimientos de nuestro tiempo. La ciencia política quedó boquiaberta ante la caída del Muro de Berlín y, más recientemente, la mismísima reina de Inglaterra le preguntó a un selecto núcleo de economistas británicos cómo fue posible que nadie hubiera sido capaz de pronosticar la actual crisis general del capitalismo.Sumidos en el estupor ante tan inesperada pregunta, formulada en lo que se suponía sería una serena velada meramente protocolar, los interpelados se limitaron a solicitar, atónitos ante el reproche, un plazo de seis meses para revisar su instrumental analítico e informarle a Su Majestad las razones por de tan deplorable desempeño profesional.(2)

El impacto sobre América Latina

No es casual, entonces, que los acontecimientos del mundo árabe hayan sumido en la confusión a buena parte de la izquierda latinoamericana. Daniel Ortega apoyó sin calificaciones a Khadafy; el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, a su vez, se declaró amigo del gobernante aunque por cierto que aclarando que tal cosa no significa -en sus propias palabras- "que estoy a favor o aplaudo cualquier decisión que tome un amigo mío en cualquier parte del mundo." Además, prosiguió, "apoyamos al gobierno de Libia, a la independencia de Libia." (3) Con sus declaraciones Chávez tomaba nota de la precoz advertencia formulada por Fidel ni bien estalló la crisis libia: ésta podría ser utilizada para legitimar una "intervención humanitaria" de EEUU y sus aliados europeos, bajo el paraguas de la OTAN, para apoderarse del petróleo y el gas libios. Pero de ninguna manera esta sabia advertencia del líder de la revolución cubana podría traducirse en un endoso sin reservas al régimen de Khadafy. No lo hizo Chávez, pero sí lo hizo Ortega. Como era de esperar, la descarada manipulación mediática con la que el imperialismo ataca a los gobiernos de izquierda de nuestra región torció el sentido de las palabras de Chávez y de Fidel haciéndolos aparecer como cómplices de un gobierno que estaba descargando metralla sobre su propio pueblo.(4)

En una esclarecedora nota publicada pocos días atrás en Rebelión Santiago Alba Rico y Alma Allende argumentaron persuasivamente que un erróneo posicionamiento de la izquierda latinoamericana -y muy especialmente de los gobiernos de Venezuela y Cuba- en la actual coyuntura del mundo árabe "puede producir al menos tres efectos terribles: romper los lazos con los movimientos populares árabes, dar legitimidad a las acusaciones contra Venezuela y Cuba y ‘represtigiar’ el muy dañado discurso democrático imperialista. Todo un triunfo, sin duda, para los intereses imperialistas en la región." (5) De ahí la gravedad de la situación actual, que exige transitar un estrechísimo sendero flanqueado por dos tremendos abismos: uno, el de hacerle el juego al imperialismo norteamericano y sus socios europeos y facilitar sus indisimulados planes de arrebatarle a los libios su petróleo; el otro, salir a respaldar un régimen que habiendo sido anticolonialista y de izquierda en sus orígenes -como lo fue, por ejemplo, el APRA en el Perú- en las dos últimas décadas se subordinó sin escrúpulos al capital imperialista y abrazó y puso en práctica, sin reparos, las fatídicas políticas del Consenso de Washington y los preceptos de la "lucha contra el terrorismo" instituída por George W. Bush.

El mundo árabe: ¿revuelta, revolución, conspiración?

No creemos que sea necesario detenernos a explicar las razones por las que hay que oponerse sin atenuantes ante la opción intervencionista de los Estados Unidos y sus partenaires europeos. Veamos, en cambio, cuáles serían los argumentos para evitar que esa correcta y no negociable postura desemboque infelizmente en un respaldo a un régimen contra el cual se ha levantado en armas la mayoría de la población. Hay quienes argumentan que lo que está ocurriendo en Libia es apenas el "efecto contagio" de lo ocurrido en Túnez y Egipto y que no hay razones de fondo que justifiquen esta insurrección popular. De partida conviene recordar dos cosas: que las revoluciones son procesos dialécticos y no acontecimientos metafísicos o rayos que se descargan en un día sereno. En la génesis de la revolución francesa está un tumulto originado en una panadería en las inmediaciones de la Bastilla. Sabemos lo que ocurrió después. Segundo, que inevitablemente, los procesos revolucionarios son contagiosos. Eso es lo que enseña la historia. Recuérdese si no lo ocurrido con las revoluciones de la Independencia en América Latina, dos siglos atrás; o las de 1848 y las que tuvieron lugar, también en Europa, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial y con el estallido de la Revolución Rusa en Febrero de 1917. Pero si en algunos sitios esos procesos prendieron y en otro no fue porque el contagio no opera en un vacío socioeconómico y político sino que depende fundamentalmente de las condiciones internas de cada país. (6) Si la revolución de 1848 triunfó en Francia pero no en el Reino Unido fue porque en la primera el desarrollo de las luchas de clases creó las condiciones internas como para poner abrupto final a la restauración monárquica del orleanismo, mientras que nada de eso ocurría cruzando el Canal de la Mancha que, en esa misma encrucijada histórica, podía acoger sin ningún sobresalto a dos refugiados políticos como Karl Marx y Friedrich Engels. Y si después de la Primera Guerra Mundial la revolución triunfó en Rusia pero no en Alemania fue porque la propagación del fervor revolucionario, que impactó con mucha fuerza en la última, era condición necesaria pero no suficiente para garantizar el triunfo de la revolución, cosa que fue expresamente reconocida por Rosa Luxemburg en una de sus brillantes intervenciones poco meses antes de su vil asesinato. En otras palabras, la insurgencia que tiene por escenario a Libia fue indudablemente estimulada por las grandes victorias populares en Túnez y Egipto, pero nada hubiera ocurrido de no haber mediado los estragos que dos décadas de neoliberalismo produjeron en un país muy rico pero en el cual las clases populares apenas reciben unas pocas migajas de la colosal renta petrolera, los jóvenes carecen de perspectivas laborales y la crisis general del capitalismo clausuró la salida emigratoria que hasta hace pocos años quitaba presión al sistema al paso que elevaba extraodinariamente los precios de los alimentos. Por último, la tasa de mortalidad infantil –para hablar de un indicador muy sensible para medir el nivel de bienestar de una población- fluctúa según las diversas fuentes consultadas entre el 20 y el 25 por mil; es decir, unas cuatro o cinco veces superiores a la que se registra en Cuba y aproximadamente el doble de la de Brasil.

Lo mismo cabe decir acerca de la posibilidad de que lo que está ocurriendo en Libia sea obra de agentes del imperialismo. Pero ¿cómo olvidar que hasta el estallido de la revolución en Túnez Khadafy era elogiado por los jefes de estado de las "democracias capitalistas" como un gobernante que se había despojado de sus viejas obsesiones, reconciliado con la globalización neoliberal y hecho las paces con sus antiguos enemigos, desde la Casa Blanca hasta el régimen racista israelí? No obstante, cuando estos se percataron de que su trono estaba tambaleante y percibieron que Khadafy podía correr la misma suerte que sus homólogos en Túnez y Egipto los imperialistas modificaron velozmente su postura, se acordaron que Libia no era una democracia y que en ese país no se respetaban los derechos humanos -cosa que jamás les había preocupado en lo más mínimo- y haciendo gala de un inigualado cinismo se colocaron ruidosamente "del lado del pueblo" y en contra del hasta ayer razonable gobernante súbitamente reconvertido en inadmisible tirano. Pero, otra vez, la labor de esos agentes del imperialismo jamás podría haber desencadenado una insurrección tan impresionante como la de Libia -o las de Túnez y Egipto- si no hubieran existido las condiciones de fondo requeridas para que, desafiando la represión, las masas salieran a la calle dispuestas a derrocar al gobierno. Es decir, tal como lo anotara Lenin en varios de sus escritos, si los de abajo ya no querían y los de arriba ya no podían seguir viviendo como antes. Por otra parte, si los agentes del imperialismo tienen en sus manos la capacidad de hacer y deshacer revoluciones tendríamos que reconocer que nuestra lucha está de antemano condenada al fracaso. Afortunadamente no es así. Tampoco tiene mayor sentido aducir que fueron las "redes sociales" (Facebook y Twitter) las que provocaron la rebelión, arteramente orquestada por la CIA y los agentes del imperialismo. Para descartar esta hipótesis basta una sóla cifra: según las últimas estadísticas de las Naciones Unidas los usuarios de internet en Libia son apenas el 5.1 por ciento de la población total. Eso mal puede explicar el multitudinario carácter de la rebelión del mundo árabe porque en Egipto y Túnez tanto como en Libia los internautas son una ínfima minoría de la población. Esas "redes sociales" pueden servir para facilitar la comunicación entre los activistas, pero no pueden desencadenar la insurgencia de las masas que, en su gran mayoría, jamás tuvo a su alcance un ordenador.

Khadafy y el neoliberalismo, de ayer a hoy

Llegados a este punto conviene preguntarse quién es Khadafy y qué representa. Vicenc Navarro ilustra con claridad el contraste entre el Khadafy "nasserista" de sus primeros años y lo que es hoy: "un dictador corrupto y enormemente represivo." (7) Según Navarro, en 1969 y con apenas 27 años de edad el coronel Khadafy lideró un golpe de estado, inspirado en la experiencia de Nasser en Egipto, y derrocó a la monarquía impuesta por el imperio británico después de la Segunda Guerra Mundial. Durante esos primeros años Khadafy puso en marcha una reforma agraria, nacionalizó el petróleo y algo más de doscientas empresas (que se reorganizaron con una importante participación de los trabajadores en su gestión) al paso que introdujo algunas mejoras en la calidad y la cobertura de la salud y la educación. Un fuerte intervencionismo estatal y la nacionalización del crédito fueron otros rasgos de las políticas de aquellos años. "Khadafy presentó aquella experiencia" -anota Navarro- "como la tercera vía entre capitalismo y el socialismo, asociado entonces a la Unión Soviética." (8) Ahora bien: ese es el Khadafy que persiste en el imaginario de importantes sectores de la izquierda latinoamericana. El problema es que se trata de una imagen completamente desactualizada, porque a partir de los años noventas el régimen libio inicia un viraje que, pocos años después, situaría a ese país en las antípodas de donde se encontraba en los años setentas. La tercera vía degeneró en un "capitalismo popular" -tardía reproducción de la consigna elaborada en los ochentas por Margaret Thatcher en el Reino Unido- y las nacionalizaciones comenzaron a ser revertidas mediante un corrupto festival de privatizaciones y aperturas al capital extranjero que afectó a la industria petrolera y a las más importantes ramas de la economía. No hay que equivocarse: Khadafy no es Nasser sino Mubarak. Un agudo observador de la escena magrebí, Ayman El-Kayman, describió con precisos trazos el itinerario de esta involución: "(H)ace casi diez años, Gadafi dejó de ser para el Occidente democrático un individuo poco recomendable: para que le sacaran de la lista estadounidense de Estados terroristas reconoció la responsabilidad en el atentado de Lockerbie; para normalizar sus relaciones con el Reino Unido, dio los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia; para normalizarlas con Estados Unidos, dio toda la información que tenía sobre los libios sospechosos de participar en la yihad junto a Ben Laden y renunció a sus ‘armas de destrucción masiva’, además de pedir a Siria que hiciese lo mismo; para normalizar las relaciones con la Unión Europea, se transformó en guardián de los campos de concentración, donde están internos miles de africanos que se dirigían a Europa; para normalizar sus relaciones con su siniestro vecino Ben Alí, le entregó a opositores refugiados en Libia". (9) Y cuando los pueblos de Túnez y Egipto se rebelaron, Khadafy se alineó con sus verdugos, coincidiendo en esta postura con las primeras reacciones de los líderes de las "democracias occidentales", con Obama, Sarkozy, Cameron, Berlusconi, Zapatero y el régimen genocida de Netanyahu. Pero estos, viendo que las sublevaciones populares se encaminaban hacia una victoria histórica, en pocas semanas pasaron de hacer cautelosas exhortaciones a sus matones regionales en apremios para que concedieran unas pocas reformas cosméticas a exigir imperiosamente que abandonasen el poder. Cuando el incendio llegó a Libia la burguesía imperial y sus representantes políticos vieron la oportunidad de sacar partido del previsible derrumbe de Khadafy impidiendo que sean las masas libias las que tomen el futuro en sus manos, sea mediante una "intervención humanitaria" que les permita apoderarse de Libia con el pretexto de detener el baño de sangre que el dictador promete a los sublevados o, en su defecto, alentar su partición, o desmembramiento, tal como lo hicieran en la ex Yugoslavia y como, sin éxito, lo intentaran en Bolivia en el 2008. Tal como Lenin, Gramsci y Fidel señalaron en repetidas ocasiones la derecha y las clases dominantes, por su larguísima experiencia de gobierno, aprenden muy rápido y reaccionan con fulminante rapidez ante una coyuntura como la que hoy caracteriza a Libia. Y si ayer apoyaban sin miramientos a Khadafy ahora tratan de sacárselo de encima cuanto antes y facilitar una "transición ordenada", Hillary Clinton dixit , que organice la traición a las expectativas de las masas e instaure un simulacro democrático que permita que los imperialistas continúen desangrando a Libia y al mundo árabe en general.

En su presurosa conversión al neoliberalismo Khadafy abrió la economía a las grandes transnacionales, principalmente europeas. En una detallada nota Modesto Emilio Guerrero señala que a partir de 1999 los países occidentales comenzaron a dispensarle un trato muy especial, por tres razones que suenan como música celestial en los bolsillos de la burguesía (10): (a) es un muy buen cliente; (b) es un buen socio de sus empresas; (c) además es un estratégico proveedor de petróleo y gas. Buen cliente porque cuando se levantó el embargo de armas que pesaba sobre Libia (en octubre de 1999) por su participación con -o complicidad en- acciones terroristas en diversos países, España, Italia, Inglaterra y Alemania se convirtieron en sus principales proveedores de las armas que luego Khadafy utilizaría contra su propio pueblo. Poco después unas 150 empresas británicas vinculadas a los negocios petroleros -entre ellas la British Petroleum, responsable principalísima de la destrucción del ecosistema marino en el golfo de México- se instalaron en Libia junto con Repsol, la francesa Total, la empresa italiana ENI y la austríaca OM para explotar el negocio de los hidrocarburos. Otras empresas, de estos mismos países y de Estados Unidos, participaron activamente en obras de infraestructura aparte de la ya mencionada venta de armas. Buen socio, además, porque a través de los 65.000 millones de dólares de que dispone la Libyan Investment Authority la familia Khadafy realizó importantes inversiones en la FIAT, en la petrolera italiana ENI y es accionista del Unicredit, el banco más grande de Italia. (11) También tiene acciones en el grupo económico Pearsons, editor del periódico ultra-neoliberal Financial Times. Varias grandes empresas alemanas y francesas cuentan también con la participación de capitales libios. Proveedor seguro, por último, porque,tal como lo expresara Silvio Berlusconi, el control del flujo migratorio "ilegal" procedente del Magreb y, más generalmente, de toda África, y el confiable suministro del petróleo líbico son servicios de extraordinaria importancia que los líderes de las democracias capitalistas no podían sino apreciar en toda su valía. El Presidente del gobierno español, José M. Aznar, su sucesor, Rodríguez Zapatero y el propio rey Juan Carlos de España rivalizaron con "il cavaliere" italiano y el premier británico y figura señera del "new labor" en cultivar la amistad del líder líbio, casi siempre con ribetes escandalosos.(12) En consonancia con estos cambios la relación con Washington experimentó un giro de 180 grados: en 2006 el Departamento de Estado quitó a Libia de la lista de países que apoyaban al terrorismo. Atemorizado por la Guerra del Golfo de Febrero de 1991 y aterrorizado al contemplar lo ocurrido en Irak desde 2003 y el destino corrido por Saddam Hussein, Khadafy sobreactuó su arrepentimiento hasta extremos que sobrepasaban lo ridículo al declarar una y otra vez su voluntad de ajustar la conducta de Libia a las reglas del juego impuestas por el imperialismo. Fue a causa de esto que en 2008 la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice pudo declarar que "Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia." (13) ¿Ante todo esto cabe entonces preguntarse: ¿Es esto el socialismo pan-árabe, preconizado en el Libro Verde del autoproclamado "líder y guía de la revolución"? ¿Es esta la política que debe hacer la Jamahiriya un "estado de las masas", como Khadafy definió a su organización política? ¿Es Khadafy la contraparte magrebí de Chávez y Fidel? ¿Qué tiene que ver este régimen con los procesos emancipatorios en curso en América Latina, para no hablar de la revolución cubana?

¿Qué hacer?

¿Qué debe entonces hacer la izquierda latinoamericana? En primer lugar, manifestar sin ambages su absoluto repudio a la salvaje represión que Khadafy está perpetrando contra su propio pueblo. Solidarizarse, bajo cualquier circunstancia, con quien incurre en semejante crimen dañaría irreparablemente la integridad moral y la credibilidad de la izquierda de nuestra América. El reconocimiento de la justicia y la legitimidad de las protestas populares, tal como se hizo sin vacilación alguna en los casos de Túnez y Egipto, tiene un único posible corolario: el alineamiento de nuestros pueblos con el proceso revolucionario en curso en el mundo árabe. Por supuesto, la forma en que esto se manifieste no podrá ser igual en el caso de las fuerzas políticas y movimientos sociales y, por otra parte, los gobiernos de izquierda de América Latina, que necesariamente tienen que contemplar aspectos y compromisos de diverso tipo que no existen en aquellas. Pero la consideración de las siempre complejas y a menudo traicioneras "razones de estado" y las contradicciones propias de la "real politik" no pueden llevar a los segundos tan lejos como para respaldar a un dictador acosado por la movilización y la lucha de su propio pueblo, reprimido y ultrajado mientras el entorno familiar de Khadafy y el estrecho círculo de sus incondicionales se enriquecen hasta límites inimaginables. ¿Cómo explicar a las masas árabes, que por décadas buscaron las claves de su emancipacipon en las luchas de nuestros pueblos y que reconocen en el Che, Fidel y Chávez la personificación de sus ideales libertarios y democráticos, la indecisión de los gobiernos más avanzados de América Latina mientras que toda la canalla imperialista, desde Obama para abajo, se alinea –aunque sea hipócritamente- a su lado?

Segundo, será preciso denunciar y repudiar los planes del imperialismo norteamericano y sus sirvientes europeos. Y además organizar la solidaridad con los nuevos gobernos que surjan de la insurgencia árabe. Los propios rebeldes libios emitieron declaraciones clarísimas al respecto: si hay invasión de los Estados Unidos, con o sin la (poco probable) cobertura de la OTAN, los insurrectos volverán sus fusiles contra los invasores y luego ajustarán cuentas con Khadafy, responsable principal de la sumisión de Libia a los dictados de las potencias imperialistas. América Latina tiene que apoyar con todas sus fuerzas la resistencia a la eventual invasión imperialista, conciente de que lo que hoy se está jugando en el Norte de África y en Oriente Medio no es un problema local sino una batalla decisiva en la larga guerra contra la dominación imperialista a escala mundial. El triunfo de la insurrección popular en Libia tendrá como correlato el fortalecimiento de las rebeliones en curso en Yemen, Marruecos, Jordania, Argelia , Barheim y la que hace tiempo se viene incubando en Arabia Saudita, amén de fortalecer la resistencia de los sindicatos y los movimientos sociales en Wisconsin, Estados Unidos, y en diversos países europeos, hoy víctimas preferenciales del FMI. Barheim es la sede de la Quinta Flota de Estados Unidos, con la misión de monitorear todo lo que ocurra en el Golfo Pérsico y sus inmediaciones; y Arabia Saudita un régimen totalmente sometido a la voluntad de la Casa Blanca y el gran regulador del precio internacional del petróleo y su adecuado abastecimiento al mundo desarrollado. Si el mapa sociopolítico del mundo árabe llegara a cambiarse, como esperamos que así sea, la geopolítica internacional vería modificada la correlación de fuerzas a favor de los pueblos y naciones oprimidas. Y América Latina, que desde finales del siglo veinte se colocó a la vanguardia de las luchas anti-imperialistas, habría por fin encontrado los aliados que necesita en otras regiones del sur global para seguir avanzando en sus luchas por la autodeterminación nacional, la justicia social y la democracia. Por eso, nuestra región no puede ni tiene el derecho a equivocarse ante un proceso cuyas proyecciones pueden ser aún mayores que las que en su momento tuvo el derrumbe de la Unión Soviética, y de un signo distinto, y cuyo desenlace revolucionario fortalecerá los procesos emancipatorios en curso en nuestra región. Abandonar a nuestros hermanos árabes en esta batalla decisiva sería un error imperdonable, tanto desde el punto de vista ético como desde el más específicamente político. Sería traicionar el internacionalismo del Che y de Fidel y archivar, tal vez definitivamente, los ideales bolivarianos. No podemos perder esta oportunidad.